Mora de Rubielos y Rubielos de Mora, escapada turolense, ternasco de Aragón y estofado de ciervo, trufa negra, Tomás Postigo calentándonos el morro de forma inmejorable. Hemos huido del barullo que cada año nos trae muy cerca de casa el Gran Premio de motociclismo en el circuito Ricardo Tormo de Cheste y buscamos refugio por la comarca de Gúdar-Javalambre, entre vestigios del medievo y la calma, entre piedras centenarias, torres, adoquines y campanarios, mampostería, grandes puertas de madera con aldabas mitológicas, iglesias, ermitas, humilladeros, su imponente castillo, el aire aromado de sopas de ajo, callos, caldereta de cordero, y el lujo de la lentitud por unas calles sin nadie, bellas y misteriosas, como de cuento gótico. El silencio, azulado por el frío y la fina niebla, nos lleva de la mano hacia regiones del alma que estaban adormecidas, lejanas en su agonía. Un ritmo de vida más amable, pausado, todavía es posible en los pueblos y aldeas del mundo rural. Hay esperanza.
Wilco, Frank Sinatra y Dean Martin amenizan los trayectos. Let it snow! Let it snow! Let it snow! En la maleta, Plegaria para pirómanos de Eloy Tizón y Sobre la naturaleza de Javier Sánchez Menéndez. Soñamos cambios de vida, mudanzas, volver a empezar, despertamos con un leve poso de amargura y realidad en el cielo de la boca sabiendo que hay cosas que nos son vedadas por las circunstancias, imposibles por las ataduras del miedo y la familia. Qué agridulce es el vicio antiguo de imaginar nuevas vidas posibles en los lugares que visitamos. Ese hogar podría ser el nuestro. Pequeños balones de oxígeno para el camino de regreso hacia el origen, hacia el último umbral conocido. Asomados a los pretiles, nos dejamos llevar viendo el tímido cauce del río Mora desde el Puente Viejo o del Milagro, con un arco apuntado y otro de medio punto, con esos árboles pensativos de otoñales ocres y amarillos, con su imagen de la Virgen del Primer Dolor sobre el tajamar, en lo alto. Mira cómo va nuestra vida, mi amor, fluye perfecta a pesar de todo, como las hojas rubias de los álamos llevadas por la corriente. De repente un remanso, piedras, basura y ramas, nos miramos y ahí quedamos detenidos, de la mano, en un pequeño temblor imperceptible, dulce como la miel, como tus labios, mientras los niños juegan despreocupados, somos pálpito, aleteo, fulgor, el abrigo de unos ojos, para siempre.
Imagen: Mora de Rubielos.
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