viernes, 24 de noviembre de 2023

Por si mañana me voy.


 Chimenea a pleno rendimiento, más madera, troncos y ramas de naranjo y algarrobo, piñas, pinocha, sarmientos del año pasado, lo vetusto suele ir muy bien para empezar nuevos fuegos. Anochece y el frío se queda fuera velando un jardín ya oculto entre las sombras, no se ven sus filos pero continúa la punzada de belleza en el costado. No hay problema demasiado grande que no pueda arder ahora, ante nosotros, en esta hoguera tan pequeña. El fuego y las desaceleraciones, las brasas y la suspensión de los ejes espaciotemporales, gravedad cero, sentir la clarividente ceguera de Homero, las alas de los místicos, en la ceniza puede leerse el futuro de todos nuestros afanes y aun así las pavesas serán pequeñas aves Fénix cantando esperanzas en su nido incandescente. Crepita la madera dócil pulsada por las llamas, comienza el relato de su música arrebatadora, el mundo y sus aristas dejan de existir por un momento de confort que nos parece infinito y perfecto. Contemplación, meditación, la mente en blanco alternándose con remembranzas. Aun permaneciendo estáticos, una fogata proporciona un alto en el camino. Abrigo, descanso y sostén. Un gato chino moviendo la patita zen en bucle incansable con aromas de té verde y jengibre. 

En su último libro, Mañana me voy, un diario sobre una caminata por el norte de Soria, dice Víctor Colden que saborea “el silencio que solo existe cerca de la lumbre” y que “envuelto en ese silencio sería posible olvidarse del mundo”. Y en la alternancia de los deseos voy pasando la tarde, a veces nube blanca y a veces nube cenicienta, las ganas de silencio, la soledad, la melancolía, los preciosos escritos de Colden, el olvido necesario, van dejando paso a la voz de Iliá Ehrenburg, también la necesidad de recordar, en sus descomunales memorias recomendadas por Claudio Ferrufino, relatando su riquísima historia personal en un siglo plagado de horrores y muertos en hileras inacabables buscando aterrorizados unas puertas del cielo que no se encuentran fácilmente. Porque soy duda y contradicción, humores revueltos buscando el equilibrio, me siento vivo y no me rindo, sigo con tesón el camino. Quiero una paz permanente o la evanescencia. Crepitan dulces los rescoldos, suena una algarabía creciente entre las llamas, Marcos da vueltas a la mesa con la bicicleta en el sentido contrario a las agujas del reloj mientras Claudia duerme en su carrito de bebé, tan ligera de equipaje, todavía, que solo duerme, y si sueña es sin dolor, y yo, que cuando la noche se aposenta voy jugando una partida de póquer a los dados con mis fantasmas, alzo la copa de anís seco mientras Elena prepara malvaviscos y castañas, ruego salud y bondad eterna para mis hijos, brindo por el amor inquebrantable, para no dejar nada en el aire, por si mañana me voy, y solo puedo dar las gracias por seguir aquí.



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