El monóculo de Bulgákov, The Chieftains con sus violines acompañando a Chavela Vargas en su Luz de luna mientras voy atravesando el cerro pelado, el café 100% arábica de Pablo Cerezal impregnando con su aroma el ambiente, la nieve recién caída sobre los paisajes de Ucrania que Tania me muestra en su móvil mientras aquí seguimos metiendo sin problemas leña en la chimenea, la delicadeza magistral de Eloy Tizón para elegir el adjetivo exacto, el mordisco de astringencia amable del té Assam que me regaló Laura hace un par de semanas, queso de cabra a la trufa, fuet a la pimienta negra y unas rebanadas de pan de centeno. Un tren de cercanías que pasa lento y cansado junto a mi casa mientras Claudia juega en su parque infantil, los libros que entran por los que salen, la luz atravesando vidrieras góticas, tocándome, el recuerdo de la niebla en los puentes de Praga, el jazz en clubs subterráneos, el humo del tabaco, cigarro tras cigarro cuando fumaba, recuerdos, ficciones entreveradas en el tejido de lo real y viceversa, hoy que vivo y revivo todo este tapiz que se hilvana de veras y de inciertas, historias que me conforman, escritura, mentiras también, piadosas, tan necesarias, para hacer más soportable tanto absurdo.
Aquella noche en vela leyendo Pedro Páramo completamente abducido, el amanecer que llegó distinto para siempre, los paseos entre arrozales por el puerto de Catarroja, unas anguilas que guisó mi abuela y que sabían a tarquín, el taller de mi abuelo lleno de virutas metálicas y grasa de barco, el mercado del Cabañal, las pertenencias que se extraviaron en cada mudanza, el presente, el intrincado y en ocasiones abyecto presente, Sergei que ha venido a casa para preparar unas cajas con comida que mandar a su familia de Járkov, lo afortunados que todavía somos, Marcos viendo dibujos animados de Papá Noel en la televisión, Judy Garland cantando have yourself a merry little Christmas, let your heart be light, y a mí que me da por soñar la conversión de todos los Ebenezer Scrooge del mundo, me pongo dickensiano porque lo habitual se vuelve kafkiano, o algo parecido, ojalá un rayo de justicia cayendo sobre toda esa mala gente que camina y va apestando la tierra.
El ambiente se va poniendo veterotestamentario, denso, vengativo, miro a mis hijos y palidezco al pensar en lo que nos cuentan las rotativas y los noticieros, en los fúnebres colores del futuro, en las especies que se extinguen, en las desapariciones, en la que les espera a los niños, en el curso sucio de la historia devorándonos, con tanto chisme y mala baba desviando nuestra mirada del cambio de las estaciones, de trinos y afluentes, de la música de las esferas, de lo invisible, de un horizonte distinto, de los buenos actos morales. Ahora que se acerca, quiero un espíritu de la Navidad permanente y hereditario que reine sobre la tierra o que termine todo en este preciso instante, las ciudades retorcidas y el orbe desmedido, el odio y su gangrena, muy rápido, de súbito, en esta playa de la farra y del dolor, ¿verdad, Chavela? O esperanza para mis hijos o fundido en negro y final imprevisto, cortante, que nadie sufra nunca más, que no sea necesario ahogarse en alcohol, tal vez todo siga y vaya mejor sin nosotros, que pare toda esta muerte de una vez por todas.
Imagen: Mijaíl Bulgákov.
Qué delicia
ResponderEliminarMuchas gracias, Pablo.
EliminarDani, con qué elegancia has definido los tiempos confusos y convulsos por los que transita el mundo hoy en día.
ResponderEliminarAdemás dejando ese halo de esperanza tan necesaria en épocas de barbarie y sinrazón, sabiendo que lo que disfruten los adultos futuros depende en gran parte de lo que hagamos nosotros, los que somos adultos hoy en día.
En nuestras manos está poder enderezar el rumbo…
Muchas gracias por tu generosa y atenta lectura, Laura. Un abrazo grande.
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