Esta mañana, sospechosa de lluvias inminentes, de grisallas densas esparcidas por el cielo, me detengo en la flor de los cinamomos que hay junto al colegio de Marcos. Racimos de estrellas blancas con toques violáceos, hoy ya tengo un poco de belleza que echarme a la boca para ir tirando. Vuelvo a casa y el Emerson String Quartet interpreta a JS Bach. El arte de la fuga, al final del camino, tras muchos intentos nos sale perfecto. No hay que desesperar.
Claudia duerme en el carrito dejándonos migajas de un tiempo tranquilo para nuestras cosas, geometrías de Rafael Canogar, los gatos reclaman la atención de Elena que está liada en el ordenador con unos papeles para la declaración de la renta. La luz atraviesa con dificultad las cortinas, tiene una densidad triste como de nata sucia, sombras de pájaros fugaces al otro lado. En la carretera, las hurracas hacían un festín de la liebre muerta, una apología de la vida en toda su crudeza, como un documental de leones contra gacelas, sin pomadas.
Preparo paccheri con setas y roquefort al ritmo de Roy Orbison, what in this world
keeps us from falling apart? Mientras pienso en descorchar un Marqués de Murrieta el sol ya está aquí, nos pide que vayamos limpiando las piscinas para la gran fiesta del verano. Ahora recuerdo que unos pámpanos tímidos verdeaban por fin los viñedos y en el borde de los caminos había pequeñas amapolas enjoyando y dándole su justo valor a este día aparentemente tan vulgar, tan irrepetible.
Imagen: Rafael Canogar, Código (2003).
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