Caspar David Friedrich mete sus grises en esta tarde que ya declina. También, cómo no, Joaquín Sorolla viene con sus azules mediterráneos. Al fondo, sobre las montañas negras, una mínima franja amarilla que aportan los pinceles de Gustav Klimt. Ya van llegando los mosquitos con su lucha fiera frente a siglos y siglos de estudio y ejercicio de nuestra paz interior. Aguijones frente a ataraxia, tenemos la batalla perdida. Intento retomar Austerlitz de WG Sebald que se me quedó atascado, descolgándose entre otras lecturas. Hoy es el Día Mundial del Arte y en la redes se nota. La Piedad de Miguel Ángel, El descendimiento de Van der Weyden, La Victoria de Samotracia… delicias absolutas que ayudan a bienvivir. De banda sonora, la algarabía de todos los pájaros que ahora viven en el algarrobo que hay frente a la terraza, su acalorada reunión de vecinos. Pasa un tren de cercanías, su traqueteo fatigado anuncia la súbita llegada de la noche y de repente el silencio. En la cocina, un jarrón de flores mustias habla sobre el amor y la muerte.
Imagen: Joaquín Sorolla, El balandrito (1909).
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