Hemos ido a una notaría para dejar firmado el testamento. A través del gran ventanal de uno de sus despachos, las acacias con sus racimos de flores blancas nos acompañan y dan fe. Es inevitable hablar de fantasmas, de ausencias y muertos recientes. Hace unos meses asistíamos a la boda in articulo mortis del padre de Elena, que entonces todavía estaba embarazada de Claudia, mal trago de veras, el notario se desplazó hasta el domicilio dada la gravedad de la situación. Se brindó con champán, qué absurdo todo, flotábamos en una nube agridulce, irreales, nadie se podía creer lo que estaba pasando, se nos saltaban las lágrimas, felicitamos a los recién casados, no faltó el vivan los novios, que se besen, y a los dos días mi suegro murió viendo cumplida su última voluntad. De profundis. Real como la vida misma. En el crematorio sonaron Frank Sinatra y Pavarotti, una mañana luminosa de octubre.
Como no podría ser de otra manera, salimos de la notaría y vamos a comer a un restaurante en el que nos sentimos como en casa. Huerto Martínez: alcachofas, fuagrás y arroz a banda. Todo bien regado con un buen vino blanco, xarel.lo del Penedés. De postre torrijas y de repente todos los fantasmas congregándose de nuevo alrededor de la mesa. Esto le habría gustado a tu padre, si tu madre viviese, si yo me muero antes, si tú te mueres antes, y otros temas colindantes y afines. Los dos disimulamos como podemos la emoción. La mejor forma de resistir la punzada del dolor irremediable, el mejor sistema para sostener sobre nuestras espaldas el absurdo, la aparente injusticia de la vida, es sentarse a una buena mesa y celebrar los días plenos en los que tuvimos y gozamos lo ya perdido, entregarse al disfrute, dejar a un lado lo incomprensible, asumir que hay cosas que son, muy a nuestro pesar, irreparables, irrecuperables. Y aún así brindar por todo. No olvidar que morir es estar en todas partes en secreto, como escribió Jaime Sabines. Qué poco dulce sería lo dulce sin lo amargo. ¿Qué clase de monstruo sería el hombre sin la muerte? Como Miguel Hernández, no perdono a la muerte enamorada, por eso, hasta en su maldita presencia, hoy que se muestra inoportuna en el banquete, con más motivo, porque sí, celebremos la vida. Ponme café y copa, y a los fantasmas lo que pidan, déjanos hablar así, un poco más, en silencio, en estos raros minutos sin minutos, no me ofrezcas la caja de los habanos que hace tres meses que no fumo. Se lo prometí a mi suegro y me está mirando fijamente.
Imagen: Vincent van Gogh, Ramas de acacia en flor (1890).
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