sábado, 12 de octubre de 2024

Propofol, paella y mezcal.


 Propofol, midazolam y remifentanilo, cóctel sedoanalgésico que me lleva a la desconexión total, todos los interruptores apagados, fundido a negro, desaparezco del mundo sin agonía. Tras la gastroscopia y la colonoscopia me despiertan como sacándome en brazos del fondo de la fosa de las Marianas. La baba colgandera, regreso al mundo flotando, como en una nube de algodón o en alfombra mágica, no me he enterado de nada, podrían haberme arrancado la piel a tiras y no padecería la más mínima perturbación. Placidez absoluta tras un sueño reparador que no experimentaba desde hacía muchos años. El nirvana debe ser este olvidarse de uno mismo en el centro de lo crucial. Sin miedo, sin dolor. Rumbo a lo desconocido, hacia la última puerta. Ojalá morir fuese así, les digo. Me miran raro y surge en sus rostros un mohín incómodo. No sé por qué este vivir de espaldas a la muerte, por qué tanta repulsa hacia la guinda del pastel. Hay una pieza que hace que todas las piezas cobren sentido y encajen, y está al otro lado, en la otra orilla, del lado del misterio. Cómo envidio la relación del pueblo mexicano con la parca, el colofón desdibujado, la frontera final desmantelada. Somos lo que somos porque esta función se acaba, el teatro termina y los actores desaparecen, de lo contrario seríamos mucho peores, más gestos de alimañas que de humanos brotarían de nosotros, más quehaceres de diablos que de personas ocuparían nuestra existencia, no tengo pruebas ni justificaciones pero tampoco dudas, veo todo este espanto en ciertas miradas, tiemblo al ver de lo que es capaz el ser humano cuando se agrupa, cuando crea bandos, famiglias, manadas. A veces veo los telediarios, leo con asco lo que mienten los periódicos, me espanto, pierdo por un rato la esperanza y regreso al refugio interior tratando de ponerme a salvo.

Voy directo a los días gratos, a lo que merece la pena, al epicentro de los instantes eternos que siempre están en fuga y valen más que el oro de todos los imperios. El otro día hice paella en casa para unos cuantos, compañeros de trabajo y amigos al mismo tiempo, cosa cada vez más inusual, rarísima. Los de Cuba, la Malagueña, el jarocho y la chilanga, la pareja gay que sufre mientras espera a que se resuelva el interminable proceso de su gestación subrogada. Cada uno con sus inquietudes, sus problemas y sus afanes, todos juntos en un día de fraternidad y celebración. El de Veracruz aporta un mezcal que viene mezclado con jugo de maracuyá, rico, entra demasiado bien, peligroso como una piedra del desierto escondiendo su alacrán. Caen cervezas y cervezas, empanada de sardinas y pimientos verdes que a Elena le sale deliciosa, ribera del Duero, cómo no, por fortuna la paella me sale decente, parece que gusta, nadie sabe la alta responsabilidad que siente un valenciano sobre su espalda cuando ejerce de maestro arrocero. Tartas coloridas, café 100% arábica, mientras nos entregamos a la larga sobremesa hay sorpresivos globos de agua y manguerazos en el jardín, todos empapados, risas, los niños contagian su alegría, el habanero con sus humoradas, así es fácil olvidar lo que nos aguarda agazapado a la vuelta de las esquinas hirientes de la realidad. Se suceden los temas de conversación, por ahí pasan también, entre muchas otras cosas, Juan Rulfo y Jaime Sabines, el béisbol, algún bateador cubano de la MLB, pienso en los Mets de Philip Roth, Carlos Velázquez y La Biblia Vaquera, Torreón, el Santos Laguna, el carnaval de Málaga, la Cariuela y sus espetos, la maternidad, el trabajo, la siempre agridulce educación de los hijos, los cambios de vivienda y de destino laboral, los sueños, el futuro, algún nahual y todas las esperanzas. Termina la fiesta con la anochecida. Si todos quieren y el tiempo lo permite, repetiremos.

Ya en la cama me da por pensar en que antes del empleo del óxido nitroso y del éter como anestésicos, en las cirugías, el más veloz era el mejor galeno. Robert Liston, el cuchillo más rápido del West End, como se le apodaba, era capaz de realizar una amputación en poco más de dos minutos y se cuenta que tuvo que sacar a rastras a un paciente que se había refugiado en el cuarto de baño tras huir en mitad de la intervención despavorido, finalmente pudo terminar la cirugía de vejiga que se había quedado a medias después de la inesperada fuga. Antes de 1840 se empleaban mejunjes y brebajes elaborados por sabios monjes en sus monasterios medievales, en el lejano oeste americano se le proporcionaba al paciente whisky a mansalva antes de arrancarle con más o menos atinada premura la certera y ponzoñosa flecha cheroqui o la bala cuatrera alojada en el hombro herido. Había quien moría colapsado al no poder soportar el dolor quirúrgico de una época que no sabía de cloroformo o gases anestésicos, de mórficos y barbitúricos. Cómo ha cambiado la medicina, el mundo, cómo también hemos cambiado nosotros. El siglo XX y su vértigo, desmesurado, generoso y brutal, benévolos descubrimientos alternándose con inventos repugnantes: el aeroplano, los reactores nucleares, la penicilina, internet, el fusil Kalashnikov, la asepsia y el maldito Zyklon B entreverados.


Voy cerrando los ojos y contemplo una mesa de operaciones en la que yace un cuerpo inerte que nadie reclama, pienso en una morgue de luces tenues llena de despojos abandonados, en esa profunda pena de morir sin familia ni amigos ni cariño, en la tristeza que acompaña a los que van de la nada a la nada, de lo insignificante a lo enteramente prescindible, en todo eso que un día rocé por error con los dedos, en los filos y las heridas, en aquello que quise tener aunque intoxicaba y por suerte o empeño quedó bien lejos, ya no, de ninguna manera. La biopsia habla de lesiones crónicas, la ciencia ayudará, también los seres queridos, a mi lado duermen Elena y Claudia, suena música de Bach para dormir a bebés, me arrulla también a mí, se me muestran borrosos los párrafos, cierro el libro, me duermo, estoy de nuevo en el quirófano, un líquido lechoso en el gotero, en la boca un regusto a mezcal, una mano invisible toma mi mano, los propios pasos hablan de un camino arduo que va de lo más oscuro hacia el amor.

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