En otra parte, sí, bien lejos. Busquemos refugio. Julio estrangula recio con manos ardientes, el séptimo mes nos tiene rodeados, huele a chicle de asfalto y a sudor cansado, la ciudad se nos cae encima, nos hiere la obscenidad de las agencias de viajes, la prisa de los turistas, y vamos buscando sombras frescas como fardachos sedientos. No logramos encontrar nada definitivo que nos calme, la poca sombra también nos quema.
Cada vez hay menos oasis citadinos o aumenta nuestra miopía moral, por suerte, aunque escasean, quedan ramas a las que aferrarnos como náufragos de nosotros mismos. Palmeras, tipuanas, olivos, robles australianos, ficus, magnolios. Fra Angélico, Vermeer, Velázquez, Caravaggio. Bach, Iron Maiden, Amy Winehouse, Bruno Mars. Soñamos epifanías de lo trascendente, echar raíces en las nubes, una transubstanciación, mutar, caminar sobre las aguas, teletransportarnos, estar en los otros mundos de este mundo, volver a empezar, disolvernos en un sexo generoso que se regala como una fruta abierta, que algo incontestable refute a Cioran definitivamente, otro lugar pleno de aventura y novedades, los mares del sur tal vez, una punta de tierra hendiendo el mar inenarrable y que se llame Finisterre o Shiretoko o una pequeña humanidad puesta en pie ante la incertidumbre insondable y el absurdo infinito. Pasar por el cabo de Hornos y ganarnos el derecho a llevar un aro de oro en la oreja izquierda. La ruta 69, born to be wild. El regreso de la inocencia. Una mirada que no pierde su pasmo ante lo que se repite. Imposibles agrietándose, el ruido sordo de la esperanza que se va abriendo paso lentamente por valles oscuros, allá por las majadas al otero (san Juan de la Cruz), por las quebradas, los desiertos, o solo las estrechas pasarelas, las altas pasarelas pavorosas (Julio Martínez Mesanza).
Hacer memoria lejos de todo, a un lado, en el borde del camino, fronterizos, al fondo de la espesura, no sé si en un eremitorio o en un moridero, al final de la barra, en el centro de julio, solos, renacer, coger de aquí y de allá, picotear, de capricho a veces, también a dentelladas, muertos de hambre, darle forma, por pura necesidad vital, respirarlo, moldear el barro con los más diversos materiales, inconsistentes, frágiles, duros como el pedernal, ciertos, imaginarios, verdades como puños, impurezas, limaduras, patrañas de a kilo, humo, tarquín, pasado, presente y futuro, estroboscópicos, tal como fueron y como no, la remembranza más fidedigna, cegados, clarividentes, la máscara que se adapta como un guante, intuiciones, evidencias, olvidos, formar ladrillos de adobe, dejar que se sequen al sol, hacer una casa que nos proteja del frío que vendrá, de la lluvia y de la negra noche llena de fantasmas a caballo, un hogar que nos cobije de este calor volcánico, infernal, extremo, que a pesar de tanta bebida alrededor, de tanta destilería, aunque los bares, las terrazas, las bodegas, nos está matando cada día más y más, morosamente, con saña, de una sed metafísica, sin enmienda, medular, insoportable. Definitiva.
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