martes, 13 de junio de 2023

El moribundo.


 A la sombra del ficus, un anciano enfermo sentado sobre el andador con la bata hospitalaria entreabierta, parece un sabio ateniense de la escuela estoica hablando pausadamente con sus familiares como si fueran discípulos. Qué dominio de los silencios, ahora que tiene un pie puesto al otro lado de la muerte creo que va aprendiendo su idioma. Saborea el instante, se está bebiendo la copa de la vida que le queda hasta la hez, ni una arruga torcida en el rostro, no hay tensión o sufrimiento en su semblante, solo aceptación y puede que, esto ya es una impresión mía, el más profundo agradecimiento. Parece un hombre bueno, quiere ahorrar a los suyos alguna ración de dolor innecesario. Mientras Elena espera a ser atendida en dermatología, paso varias veces junto a ellos paseando a Claudia en su carrito de bebé.

Se acerca el mediodía y el tráfago en el jardín central del Hospital General es como el de un zoco turco. Pacientes, trabajadores, visitantes, cientos, miles, como hormigas nerviosas, aceleradas, tropezándose, cada uno a lo suyo sin reparar en los demás, portando anteojeras en el alma para ver tan solo el éxito propio, claro, allá a lo lejos, siempre lejos, exclusivo, por encima del prójimo, y la felicidad constante tan deseada que a veces se posa en el mínimo campo de visión por unos segundos para de súbito desparecer nuevamente dejándonos una herida honda como un precipicio, estúpida, inexplicable. Éxito y felicidad, a cualquier precio, de nada valen, son el yugo que con más saña estrangula a los esclavos, pobres caballos de carreras que se autofustigan hasta la postración.


Y nadie observa al moribundo, todos apartan la vista ante el desahucio, parece que solo yo, que voy dando vueltas por los jardines, haciendo tiempo, leyendo carteles con los nombres de los árboles, me fijo en su porte de dios no sé si destronado o a punto de coronarse, tal vez las dos cosas. Qué gran verdad en un hombre tan encogido, qué gran altura en lo bajísimo, cuánta luz en las sombras de lo humano. Impagable el magisterio. Caen sobre sus hombros, con la brisa que anuncia tormenta, las flores amarillas de la tipa blanca hablando de fragilidad y fortaleza, de muerte y resurrección.


Imagen: Roble australiano del Hospital General de Valencia.

No hay comentarios:

Publicar un comentario

Lacrimosa.

  Fui a recoger a mi hijo Iván a Paiporta y, tras casi un mes de la maldita DANA, lo que vi todavía parecía un campo de batalla. Si no hubie...