miércoles, 6 de noviembre de 2024

Lodo.


 La DANA nos ha pasado por encima y aún así podemos contarlo, hemos tenido suerte. El día que empieza todo, martes, Elena y yo nos dividimos tras salir del trabajo en Valencia, ella va con su coche a recoger a Marcos a Cheste y yo con Claudia directo a casa, en el campo, entre Cheste y el Circuito Ricardo Tormo. Le digo a la madre de Iván que no podré ir a recogerlo a Paiporta, anuncian temporal y que mejor lo recoja ella del colegio. Un trayecto de 20-25 minutos por la A3 lo hago en dos horas mientras veo cómo la lluvia cada vez es más violenta y voy comunicándome con Elena que ha encontrado los accesos a casa desbordados por el agua y tiene que volver hacia Valencia, dar la vuelta y tomar la salida por Loriguilla que es por donde voy yo en ese momento, una carretera atascada, llena de camiones y furgonetas de reparto, paralela al polígono industrial.

Llego a casa pero no puedo abrir la puerta automática corredera, se ha ido la luz, espero un rato en el coche con Claudia mientras veo cómo baja cada vez más agua por la loma y todo se va poniendo más complicado. El coche de Elena no avanza en el atasco, finalmente, no sé cómo, decidí saltar la valla con la niña en brazos, mientras la paso sobre los pinchos solo pienso en que no puedo fallar ningún movimiento. En casa por fin, a salvo pero empapados y seguimos sin luz. Oscurece. Elena se queda atrapada, busca refugio en una gasolinera del polígono industrial de La Reva, sube el nivel del agua que llega en un instante casi a las ventanillas y se quedan atrapados en el coche, no puede abrir las puertas y tiene que pedir socorro, los sacan unos chicos latinoamericanos y se refugian con más gente en el Charter que hay junto a la gasolinera, después les abren un edificio de oficinas y allí se quedan mojados y con un fuerte olor a gasolina hasta que sobre las 4 de la madrugada los evacuan a un colegio de Ribarroja.


Pasamos una noche horrible, incomunicados, separados, sin cobertura ni batería en el móvil. El día siguiente, lo primero que hago al clarear es salir con la niña, desbloquear desde dentro el motor de la puerta y comprobar que mi coche permanece fuera. No lo esperaba pero ahí está. Lo dejo en el jardín con el motor en marcha para que se me cargue el móvil. En cuanto puedo volver a comunicarme con Elena, me cuenta de lo vivido, pura pesadilla, de que están vivos por los pelos o de milagro y que vio a algunas personas arrastradas por la corriente o agarradas a los árboles que, posiblemente, casi con total seguridad, correrían la peor de las suertes. Por la tarde puedo ir a por ellos al colegio de Ribarroja y lo que voy viendo por el camino es de escenario de alguna primera línea del frente en la Segunda Guerra Mundial. Coches apilados, volcados, reventados, barro, cañas, basura, sillas, plásticos, bidones, árboles derribados, zaborra por todas partes. No sé ni cómo consigo llegar hasta Elena y Marcos ni cómo logramos regresar. Por fin juntos en casa, sin luz ni agua pero tenemos velones y linternas, reservas suficientes de agua y comida. Todos los accesos a la urbanización, la carretera que viene desde el Circuito Ricardo Tormo, la que lleva a Cheste paralela a la rambla del Poyo, destruidas, con tramos inexistentes, la que va a Loriguilla con camiones cruzados y coches abandonados.


Un par de días después nos comentan de una pequeña carretera rural que va entre viñedos y naranjos, con muros y bancales derruidos sobre el asfalto, por la que se puede llegar a Vilamarxant. Y allí que vamos a tratar de comprar algo en el Consum pero, como suele pasar en estas situaciones, no quedaba nada de carne ni pescado ni fruta ni verduras ni mucho menos agua. Aún así compramos alguna cosa y sentimos que ha valido la pena salir del encierro, dar una vuelta para airearnos y desconectar un poco de todas las noticias relacionadas con la DANA, de la incompetencia y la ineficacia de los políticos, de la desgracia de tantos, de tanta muerte evitable, de la casa inundada de Paiporta en la que viven mis padres, de la pena de muchos que han perdido hasta lo más básico. En Benaguasil tenemos más suerte, algo tan nimio como el ir a un supermercado y encontrar productos frescos y agua en sus pasillos nos rescata un poco de este mazazo que nos ha cambiado la vida a todos, algo tan cotidiano nos dice que ya hemos empezado a tratar de superar el miedo y de salir adelante. Mirar por el retrovisor y ver a los niños en el asiento de atrás riendo y jugando como si nada hubiera sucedido nos hace pensar que hemos tenido suerte, que somos afortunados y podría haber sido infinitamente peor. Como con la pandemia y las guerras vecinas que casi nos rozan, de alguna manera podremos hablar sobre ello, contárselo en un futuro a los hijos de nuestros hijos. O eso espero. Y no tengo conocidos entre los que han muerto ni entre los que han tratado de sacar provecho infame de la catástrofe. ¿Qué más se puede pedir? Regresamos a casa antes de que anochezca, los caminos son inescrutables y están llenos de lodo.

6 comentarios:

  1. No hay palabras Dani. Os quiero.

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  2. Vaya, lo siento muchísimo. No sabía nada. El día 30 hablé con Yolanda para preguntarle como estabais todos pero seguramente aún no lo sabía. Me enteré ayer por mi hermana, debisteis pasar momentos muy duros y sobre todo con los niños, pero afortunadamente todo se ha quedado en un enorme susto. Imagino que tendréis muchas perdidas materiales y que emocionalmente tardareis en recuperaos pero lo importante es que estais vivos. Aunque nos veamos poco os quiero mucho.

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    1. Sí, la primera noche fue horrible, a pesar de las perdidas materiales, lo importante es que estamos vivos, juntos y a salvo. Gracias por preocuparte por nosotros. Estamos bien, somos unos afortunados. Un abrazo grande.

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