Rodríguez & Sanzo bajo velo para brindar por nuestros muertos en este Día de Todos los Santos. Risotto de rebollones en honor a los ausentes. El cielo viene vestido de azul mediterráneo y nubes blanquísimas, fulgurantes, veloces. No hay cielos más hermosos que los del otoño. Recuerdan, a poco que mires, la existencia del alma y de otros elementos axiales pasados de moda. Algo se encoge en el pecho, tiembla, y nos hace recordar lo pequeños que somos ante la belleza absoluta. Aceptar nuestras fragilidades, ahí puede estar nuestra mayor grandeza, en saber que nuestro lugar no está en el centro del mundo y que no nos importe. El día empezó de frío y sombra, con ese polvo de lapislázuli que por estas fechas brilla tenue y misterioso al depositarse sobre las cosas. Copos de azur, ralladuras cerúleas, melancolía. Mansion on the hill de Bruce Springsteen y Eric Clapton tocando por Robert Johnson. Me visitan los rostros desdibujados de mis muertos más antiguos, también, de contornos más precisos, los de aquellos que hasta hace poco lucían frescos, vigorosos, de este lado de la vida. En compañía de fantasmas van pasando las horas, se calienta el corazón con la memoria agridulce de lo que siempre estará presente porque nos duele que nos falte ya sin remedio. Solo el amor puede abrir puertas que ni intuimos en la gran oscuridad.
La luz llegó para limpiar la plata y el jade de los olivos trágicos mientras un viento violento sacude sus copas llevando al límite la resiliencia de las ramas en esa danza del aire que embiste y las hojas iluminadas apartándose, aire que embiste y hojas apartándose, aire… relato certero y veraz de nuestra existencia. Y poco más. Tal vez, esas copas derramando su haz de verde esperanza, ese envés de cenizas presentidas, sean mensaje crucial de nuestros muertos que brindan hoy por nosotros, que nos acompañan por cañadas oscuras, que nos sostienen y nos abrigan, o quizá tan solo sea la vida acariciando la herida de llanto y risas que va abriéndose cada vez más profunda en nuestra biografía, zanja lírica, luces y sombras en la llanura, caídas, levitaciones, abrazos y ganchos en el hígado, lo que guardamos celosos y lo que vamos perdiendo con el paso dubitativo del tiempo insondable que nunca regresa y nos arrolla, que nunca regresa, también por eso no hay precio para tanto que se nos regala aun cuando luego se nos quite todo, al final es lo mismo, todo cuenta y nos relata, nada pesa tanto como para no desear seguir el camino y nada es solo ligereza en la intemperie como para no querer regresar a casa, confusión de los finales desconocidos, no hay palabras suficientes, cumbres y abismos, brotes verdes en tumbas abiertas, la vida, y estas alas que arden y nos queman, porque no existen, mientras nos dan un vuelo irrepetible que solemos valorar como es debido demasiado tarde, demasiado poco, y por eso se acaba. Así. Súbito. Portazo y silencio.
Imagen: Robert Johnson.
No hay comentarios:
Publicar un comentario