Abril, apertura, brotes verdes, la primavera de Vivaldi, alegría en flor, entusiasmo de vivir extramuros, violines como abejas zumbonas alrededor, sensualidad eterna de Rodin en mármol blanco, beso inquebrantable. El aire es pajarería en alboroto, aroma de mil pétalos, notas de jazmín y peonía, hay quien quema sarmientos y hay quien quema cable de cobre, los feriantes encienden de nuevo sus altavoces polvorientos, música zíngara, persistencia de arcaicos ritos cereales, la tribu se agita, los sexos laten, espuma de cerveza y shashlik para Afrodita. Botticelli pasea circunspecto por los Uffizi, derrotado, espectral y huidizo no quiere llamar la atención entre los turistas miopes, esa masa informe de autómatas acelerados. Tiempo de limpiar las piscinas, Campari, aceitunas de Kalamata, vino blanco. Sombra siempre fresca la del algarrobo. Cupido apunta su flecha sobre las tres Gracias, belleza, júbilo y abundancia, territorio exclusivo de la juventud. Aceptemos nuestra invisibilidad, el paso ya irrevocable hacia la inexistencia. Franco Battiato que me susurra al oído: mi innamorai seguendo i ritmi del cuore e mi svegliai in primavera. Qué extraño deleite, brindis agridulce, ya somos espectadores lejanos de la vida.
Imagen: Sandro Botticelli, Alegoría de la primavera (1477-1482).
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