domingo, 11 de agosto de 2024

Agradecido.


 En el buzón, Fermat’s night, una plaquette del poeta malagueño David Delfín, a quien tuve el honor de acompañar en la presentación de su poemario Equívocos Árboles Caligrafías Personas en la librería Imperio del barrio de Ruzafa. También, Préstame tu nombre, la última novela de la autora venezolana Niria Suárez, que vive en Florida junto a mi querido amigo Antonio Mantilla. Termino con el magnífico Relato cruento de Pablo Antoñana, historia de brutalidad y venganzas ambientada entre la segunda guerra carlista y la guerra civil española, y me pondré con ellos sin más dilación.  

Pienso en toda la buena gente que me ha aportado la literatura y me siento afortunado. Los primerísimos consejos de José Mateos, el magisterio y la amistad de Antonio Praena, un libro a ocho manos junto a Jon Bengoetxea, Michel F. Y Daniel Rivallo, la generosidad de Javier Sánchez Menéndez al ofrecerme la posibilidad de publicar en La isla de Siltolá, un nuevo hermano en Madrid llamado Víctor Colden, el interés por mi obra desde el primer momento y la cálida hospitalidad de Sihara Nuño y Juan Manuel Uría de la librería Noski! de Errenteria, la gente de la revista Purgante que aceptó mis colaboradores sin pega alguna y me hicieron sentir uno más de su gran familia, Hilario Barrero y sus Cuadernos de Humo, la lectura desprendida y sincera que Vicente Gallego hizo de mis poemas, la obra superlativa, en la que poder mirarse siempre, de un escritor total como lo es Miguel Sánchez-Ostiz y la suerte de poder intercambiar libros y palabras afectuosas con uno de los grandes, y a través de él llegaron el inefable Pablo Cerezal y el boliviano Claudio Ferrufino-Coqueugniot, que siempre siento cerca, amigo ya, inspiración y acicate. El lujo de ver mis textos en su blog Sugiero leer y también en el blog chileno, capitaneado por Jorge Muzam y Maurizio Bagatin, Plumas hispanoamericanas. Y pido ahora mismo disculpas por los muchos más que en estos momentos no puedo recordar y me dejo en la trastienda, la recámara o el tintero. Según. Les debo más de una y lo saben.


Domingo de agosto, se arrastra lento por la ola de calor un reptil antiguo, la tarde me abre en canal como la quilla de un barco parte las aguas oscuras del Sena mientras en el sofá, de reojo y con el justo interés, veo algo de las olimpiadas. Van saliendo de mis profundidades versos innumerables como espumas que ya son de todos y de nadie, escolios que me nombran, palabras que he recibido tan de gratis y me sustentan, pienso como Mateos que el alma que agradece, ¿qué podrá mancharla?, y que, como canta Praena, no sabe del amor quien sale indemne de la vida del otro. Digo como Bengoetxea: nos alejamos tanto de nuestra infancia que llegamos a creer que lo que no vemos no existe, y he sentido junto a Michel F. que la autoexigencia suple la falta de enemigos, con Rivallo quisiera ser breve, de forma profusa. Sánchez Menéndez me ha enseñado que la naturaleza tiende a mostrarse, y es transparente, y de mi querido Víctor Colden aprendí que algo le falta a la belleza cuando se disfruta a solas.


Al igual que Sihara Nuño, si he de elegir, elijo lo desconocido, llega Uría con sus pinceles y como él no entiendo nada. Y nace en mí una flor. Y no me lo explico. Hilario Barrero afirmará desde Brooklyn, resolviendo alguna duda, que escribir poesía es sacar la palabra de paseo, vestida de domingo, y que al ver una rosa se desnude. La pasión humilde de Vicente Gallego aparece en escena y recuerda que no habremos sido nadie pero un hilo de voz allí en lo cierto agradecía. Miguel Sánchez-Ostiz sentencia que el fracaso de un escritor es dejar de escribir, desertar, abandonarse… lo otro es falta de éxito, algo que no depende de él. Pues eso, no queda otra que seguir, como el maestro, reincidir, tratar de hacerlo mejor que quienes éramos ayer, honestamente, sin autocomplacencias, y Pablo Cerezal apostilla con conocimiento de causa: si has de ser error, traga barro como si no existiese la belleza. Ya estamos todos sentados a la mesa, celebremos. Al fondo, Claudio Ferrufino apura una copa de vino tinto de Tarija, guardando un silencio cargado de voces y sentidos tras determinar que hay tanto para decir y la garganta de los dedos se ha secado. No se me ocurre mejor manera de pagar tanta deuda, de agradecer tanto regalo, tanto pecio valioso en la playa desierta que he sido, en las arenas movedizas, múltiples y poliédricas que me definen. Sea este pastiche un abrazo, una ronda de alegría que corre por mi cuenta, cuando tantas veces calmé mi sed en la sed de los otros y renací, no lo esperaba, de las cenizas vuestras. 

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