viernes, 27 de octubre de 2023

Contra viento y marea.


 Días ventosos. Desde casa, a persiana bajada, el oído se engaña por supervivencia, insiste, y cree captar el rumor del mar, la miel sonora en avance y retroceso simultáneos, opio irresistible para el martillo, el yunque y el estribo, cantos de sirena meciéndome hacia el fondo, paz abisal, amniótica, y de repente el desengaño, el mar y sus procelas quedan todavía bastante lejos de este páramo. Oleaje de enramadas, crujidos de aire violento y goznes herrumbrosos, murmullos remotos, evocaciones imprecisas, llueve recio y bajan las temperaturas, crecen por todas partes malezas introspectivas, amarillean los limones, se anuncian las primeras nieves. Otoño se enseñorea del tiempo escaso y del espacio insuficiente, gobierna sin pactos ni miramientos, desde sus remotos reinos del norte.

La niña duerme, preparo té oolong, suena la Danza Macabra de Camille Saint-Saëns y en el sofá me dejo llevar por unos pensamientos que van sin remedio hacia los rompientes. Turner colorea el cielo de gris, John Lee Hooker lo vuelve soportable. Hace unos días, en el bautizo de Claudia, con las copas de la sobremesa surgen antiguos rencores familiares que estropean la velada. Menú y júbilo desestructurados, deconstruidos. Solomillo a la agria recriminación y de postre torrijas con bola de corazón helado. El vino se avinagra y los entrantes ya insinuaban un desenlace brusco sin despedidas. Hay distancias insalvables, hay cosas que no serán igual que en el pasado, cada decisión tiene su consecuencia, el tejido que rellena las cicatrices nunca es idéntico al tejido sano. La sangre, la genealogía, no son pegamento suficiente ni tienen la pericia de algunos cirujanos plásticos. No podemos obviar la sutura ni el recuerdo de la herida. La técnica japonesa del kintsugi recupera la pieza cerámica rota, incluso a veces la mejora al revestirla de una nueva dignidad, une con su hilo de oro los fragmentos y restablece la función del objeto. Pero no puede ser de nuevo el mismo. Nunca idéntico. Hubo un cataclismo, un cisma, las siete plagas. Podrá saber mejor o peor, pero el agua no es igual en un vaso restaurado que en un vaso a estrenar, adquiere un significado distinto, como el vino no despliega su sensualidad en vasos de plástico igual que lo hace en copas de cristal de Bohemia. Jamás.


Yo me curo la desilusión con literatura, petricor y nubes arreboladas, destenso los nervios del estómago conduciendo por el cerro, son bálsamo los pinos, las matas de romero, la pura roca partida donde crece sin problemas un almendro, el arrullo dulce de las tórtolas, el gorjeo vitalista de los gorriones, los colores de la tarde, The Teskey Brothers cantando it could be forever, a lifetime spent together, el pequeño arroyo que no se seca y los caminos que comienzan cuando se termina el camino, Laphroaig 10 con hielo al regresar a casa, Bessie Smith recordándonos que Nobody knows you when you’re down and out, y para desmentir sus palabras, el abrigo de mi mujer y mis hijos siempre cerca, remedio poderoso contra la locura, las ramas de los olivos en la ventana siendo water, my friend, frente al vendaval, lecciones impagables del buen vivir ante lo oscuro, ahora lo entiendo todo o ya poco importa no entender casi nada, sonríe, por favor, como José Hierro, llegué por el dolor a la alegría.

viernes, 13 de octubre de 2023

Tecno-feudal.


 Yanis Varoufakis afirma que “el capitalismo está muerto. El nuevo orden es una economía tecno-feudal”, y no puedo estar más de acuerdo. Si rascas un poco se nos ve el peor medievo escondido bajo el vistoso disfraz posmoderno, nos pone a cien la inquisición y la sociedad estamental, el odio, la ignorancia, el oscurantismo y el miedo. Tras el neón, la peor de las tinieblas. Hay a quien se le congestiona el sexo cuando ve al prójimo caer en desgracia. Política de la cancelación, lapidaciones en las redes sociales, antorchas, asesinato civil: drogas más poderosas que el fentanilo, goloso caramelo para mediocres tristes y almíbar supremo para viejavisillistas. Son tiempos de vasallaje feliz, de estar con el agua al cuello y la sonrisa Profidén impasible. Jodidos pero contentos, que decía mi abuela. Al menos, que lo parezca. Ir en el coche mentando los muertos de media humanidad pero escuchando My favorite things de John Coltrane con cara de tener la sensibilidad entrenada y disponible. Camino de la ópera y deseas que advenga el Apocalipsis. Son días de espanto a poco que dejes que la cruda actualidad entre a tu refugio por algún resquicio descuidado. Hablan de mujeres violadas, jóvenes masacrados, niños secuestrados, en jaulas, rehenes, y bebés decapitados en nombre de Dios. Misiles y bombardeos entre Israel y Gaza. Sufrimiento desatado y expandido. Parece que esta contienda no va a tener fin, enquistada, la pescadilla que se muerde la cola. Hay demasiados que viven de la guerra y de la muerte. El estómago sensible se revuelve, el asco se hace físico y es mejor apagar la televisión por un rato, mirar con ternura y agradecimiento a nuestros hijos que duermen sanos y salvos un día más a nuestro lado. En los tiempos que corren no es cosa baladí. Somos afortunados y eso que cada vez llevamos más humo en las seseras, más insatisfacción violenta erizándonos los nervios, más bombas de racimo entre pecho y espalda.

Leo en La caballería roja de Isaak Babel que Nicolás I ordenó construir, con huesos de campesinos, una carretera de Brest a Varsovia. Lo de los huesos como material de construcción, de ser solo una sinécdoque, retrata la realidad con manos quirúrgicas. Una descripción detallada y escrupulosa de los hechos no podría ser tan acertada porque la realidad suele superar con creces a la ficción, nos deja sin palabras, y es preciso algo de ficción, algo de literatura, para poder soportarla, para decir mejor lo indecible, lo absurdo. Justo hoy encuentro en Arábica, librazo de Pablo Cerezal que recomiendo sinceramente, una cita de H. P. Lovecraft que me viene que ni pintada: “Si conociéramos todo, el terror nos haría enloquecer”. Como suele suceder, el poderoso crea sus megalomanías sobre las espaldas rotas del ciudadano raso. Pirámides egipcias, templos mayas o budistas, catedrales, mezquitas, palacios… no importa lo que sueñe el emperador iluminado o el dictador de turno, sus caprichos se harán realidad indefectiblemente, derramando sangre de pobre, sudor de disidente y lágrimas de niños huérfanos, todos hambrientos. Por los siglos de los siglos, y no nos enteraremos de la misa la mitad. Allá donde habite el hombre en comunidad de horda caníbal e insaciable hay una estructura piramidal, ansias de poder, reyezuelos, presidentes y esbirros, la ética termina pasando por el arco del triunfo o por el aro y todo lo que nos aportó el humanismo va por el desagüe hacia el mar, que es el manriqueño morir. Y aun así hay esperanza. Para no creérselo.


En la era de la sobreinformación es higiénico y necesario crear paréntesis de ignorancia, lagunas de la mente en blanco, espacios limpios, tabula rasa, donde poder dejar de saber sobre lo horrible por un tiempo reparador, necesario y razonable. Desintoxicarse, volver a creer en el ser humano, sin reticencias, tratarlo sin prejuicios pero de a uno. En grupo, normalmente, damos miedo. Cómo olvidar los precedentes, la despiadada historia universal. Demasiadas tribus, demasiadas manadas.


Todo por los aires y yo en mi madriguera. ¿Qué más se puede hacer que verlas venir? Le doy la papilla a Claudia mientras escucho a Mozart y tengo una botella de cava enfriándose en la nevera. Tuve suerte, lo sé, vivo en el lado más cómodo del mundo aunque eso también esté cambiando. Se avecina el fin de la Pax Romana pero mantengo todavía privilegios de nuevo patricio. Existencia plácida, vía de la ataraxia, puedo detenerme en el camino a embelesarme con las flores, buscar en la web las pinturas de Reiji Hiramatsu o de Marc Chagall, pedir en Amazon té irlandés, ron guatemalteco o la poesía reunida de Philip Larkin. Puedo permitirme el lujo obsceno de desperdiciar comida, cambiar de coche, pedir una hipoteca, planear un viaje por Navidad, aburrirme de no hacer nada. Puedo enfermar con la tranquilidad de seguir cobrando mi salario, llevar a mis hijos a un colegio católico, engordar, deprimirme y recibir tratamiento, envejecer, morir sin dolor, sin pena pero sin gloria.


Un mundo viniéndose abajo, el orbe entero ardiendo, el Vesuvio entrando en erupción, reviviremos el último día de Pompeya y yo trataré de seguir contando sílabas, tenaz, dedicándome a lo inútil, a escribir prosa poética, cómo no. Que el volcán me pille con las manos en la masa y en mi bolsillo chamusque un papel con aquel último verso de Antonio Machado, el de “estos días azules y este sol de la infancia”, y el alma que se esfume por combustión espontánea, que es como deben empezar el vuelo las almas de los justos, interferencias, bombas de fósforo, lanzallamas, soldado, soldado, ¿qué maldito canal de radio están utilizando?, y el cuerpo qué importará si se vuelve confeti o purpurina pues le aguarda la resurrección de los cuerpos o la nada, tal vez dos caras de la misma moneda misteriosa. Cantaré lo del what a wonderful world impostando una voz negra, dulce y desgarrada, hasta el preciso instante en que la gran ola de lava venga y me cubra para siempre, gas mostaza, haciendo de mi vida una tesela que encaje por fin, única, bombas nucleares, irrepetible, del lado de las víctimas, hemos perdido la comunicación, mi sargento, y cobre sentido profundo en el más grande y bello mosaico que jamás haya existido, cierto o irreal, estamos solos, solicito apoyo, mi teniente, ¿mi teniente? ¿Está ahí? Mosaico cierto o irreal, a estas alturas qué más dará si nos fue tan urgente y necesario. 

domingo, 1 de octubre de 2023

Hojas de otoño.


 Veranillo de san Miguel para empezar bien cocidos octubre ahora que ya no cuidamos las piscinas y se van poniendo de un verde fúngico y melancólico, justo cuando recogimos las tumbonas y sacábamos las colchas, los edredones, las batas y los braseros. Soñé con castañas asadas en la chimenea y vuelvo a poner el aire acondicionado a lo que dé de sí, a toda mecha. Calorazo que nos pilla a contrapié, abrigándonos. Dicen que el membrillo está listo para su recolección por estas fechas y en breve comenzará la temporada de la seta. Liebres, jabalíes, becadas, perdices: ya van con los nervios a flor de piel. Llegará el frío necesario para que maduren los limones y podamos contemplar con gusto bodegones otoñales llenos de nueces, quesos, calabazas y bayas rojas sobre un manto de hojarasca caída. Liquidámbar, ginkos, arce japonés y robles del país. Salen de los lienzos de tan reales, entran en los lienzos de tan simbólicos. No todos estos árboles caducifolios se desprenden de sus joyas dejándolas a mis pies en este instante, no todavía, pero como alguna vez pasó, en distintas geografías, nunca al mismo tiempo, claro, no podía ser tan fácil la belleza, cada uno de ellos, decía, al desnudar sus ramas sobre los caminos que yo frecuentaba, me regaló en su debido momento un poema ocre, un consejo de rojos encendidos, un respiro marrón tabaco, verdes guiños, amarillos sagrados, naranjas agridulces. Recuerdo y salivo. Y al fondo siempre lo gris y un tímido claro en el cielo que ignoraba. Mi mente, jefa de pista, dramaturga, maestra de ceremonias, las reúne en un mismo escenario y a la misma hora, miente tan sutilmente, reorganiza, sofisticada, trabaja tan a mi favor, que crucé el pasillo oscuro cuando la madrugada, fui a la cocina sin encender las luces a por un vaso de agua fresca y a cada paso, entre la nevera y los fogones, las hojas crujían bajo mis pies desnudos alejando miedo y alimañas, daños, amenazas, sospechas… y sigo el camino de las hojas que caen desde todos mis otoños, de nuevo en el pasillo, mi camino, ninguno claro, me adentro en un mundo que tampoco, no es el mío, giro, giro, todo es espesura, maleza, me pierdo, me encuentro, es muy tarde y no hay retorno.

Imagen: Hondarribia, otoño.

Cosas de mayo.

  Seguimos escarbando en lo que nos dejaron los muertos. Vamos abriendo cajas que almacenábamos en el garaje, desechando trastos, descartand...