sábado, 27 de mayo de 2023

Sobre árboles y otras alhajas.


Trabajo en una calle llena de ciruelos rojos, cuando florecen son un pulmón de oxígeno entre monótonos edificios de ladrillos caravista, muy cerca hay un parque donde predomina la sombra amable de la tipa blanca, árbol originario de Bolivia y Argentina, que por estas fechas ya está lleno de unas delicadas florecillas amarillas que parecen hechas con papel de seda.

Nuestro patio interior da al patio interior del club de los jubilados que goza del refresco de unas espléndidas moreras. En él también se puede disfrutar ya de la belleza de los robles australianos, sus flores son mechones de azafrán encendidos al sol. En la esquina de enfrente una jacaranda salpica de lilas el sucio asfalto. Valencia, nadie puede dar un paso lejos de una palmera, ojalá también un pétalo en cada mirada.


A diario, casi sin darnos cuenta, nos salvan de la locura los árboles urbanos, reductos de verde humanidad, el tiesto en el balcón, la maceta entrevista, un alcorque nuevo, también los cajones de frutas, las zonas ajardinadas entre calles idénticas. Soñamos con lo salvaje y la espesura, la aventura y el extravío. Del borrón y cuenta nueva es la materia más real de nuestros sueños. Qué pocos toman posesión de su destino, cuánto pesa la cobardía, el miedo al fracaso, el qué dirán, casi nadie enfila el camino sin regreso posible en la encrucijada decisiva de la vida, de su vida. Y se nota el poso del rencor en los espejos, un signo de tristeza en cada acto, por todas partes sombras cansadas. De la tristeza al odio, al mordisco, tan solo un paso, nada.


Son consuelo los cipreses de van Gogh, compañía impagable los olivos de Lorca, Alberti y Antonio Machado, la palmera que Leopoldo Lugones pedía sobre su tumba, willow weep for me en la voz de Nina Simone, el roble de Zeus y por supuesto los viñedos de Dionisos, el baobab sagrado de algunos pueblos africanos, las acacias egipcias y el acebo de los druidas, el ahuehuete de los mexicanos o la corona de hojas de álamo que Heracles portaba en su cabeza cuando descendió al Averno, los escaparates de las floristerías, bajo una higuera cuentan que Buda alcanzó la iluminación. El jardín de las Hespérides, el huerto de Getsemaní. Recordé de paso los versos de Ángel González y su guiño cómplice al conocido poema popular: ¿Y me preguntas hoy por qué estoy triste? De los álamos vengo. 


El imaginario colectivo y el más íntimo e individual van cargados de semillas, nidos, raíces y ramas. Si, cuando más daño nos hace la ciudad, hay cerca un árbol y no hemos perdido la capacidad de admirar su belleza ni la sabiduría de reconocer su enorme importancia, el valor de su cercanía, su abrigo y sus enseñanzas, ¿quién podrá decir que se ha perdido por completo la esperanza? 

lunes, 15 de mayo de 2023

Ucranianos.


 Nuestra familia ucraniana viene a hacer una barbacoa a casa, shashlik, brochetas de carne marinada, típicas del Cáucaso y del Asia Central, que asaremos sobre sarmientos chestanos. Mientras trasegamos cervezas sin parar hablo con Sergei de mil cosas aparentemente inconexas, vigilamos el fuego, él va preparando los pinchos, Irina y Elena cuidan de Claudia y Marcos, los adolescentes, somnolientos, pegados a las pantallas de sus móviles. Conversaciones caóticas las nuestras, plagadas de gesticulaciones, mezcla de español, inglés, ruso y ucraniano, y parece increíble pero nos entendemos, porque nos queremos entender, hacemos el esfuerzo y eso es lo que de verdad importa.


Surgen los cosacos y pienso en El Don apacible de Shólojov, libro que me regaló mi padre y todavía tengo pendiente. A Sergei le gusta el arte y la historia, diseño alemán de los años 50, hablamos también de la empresa que nos gustaría montar juntos, de su porvenir en España, ya que ni piensan en volver a su amada Járkov, hecha ruinas por demasiados años para una vida tan corta. Cambiamos a temas más amables y le recomiendo visitar la costa de Alicante: Dénia, Moraira, Jávea, Altea, Calpe… también le hablo de Toledo y Salamanca, de esa belleza medieval que te deja estupefacto, fulminado en tu pequeñez.


Al poco de iniciarse la guerra en Ucrania fueron llegando escalonadamente para vivir con nosotros hasta que les encontramos trabajo y un piso de alquiler. Primero Irina, Tania, Dania y la perra Pugnia. Después llegó Vika y finalmente Sergei. Fueron llenando nuestras vidas de pedazos que han salvado del desastre de sus propias vidas, de esa dignidad que nadie puede arrebatarle al ser humano si no se deja y de esas ganas de empezar de nuevo y salir hacia adelante. Plantaron eneldo, coles y remolachas en nuestro jardín, cocinaron borsch, okroshka, plov, arenques en salmuera, pollo a la Kiev. Hemos bebido su vodka, bien frío, especialmente Nemiroff y Khortytsa. Tania cantaba por Alexander Malinin, Irina por Grigory Leps y Okean Elzy. Irina insistió mucho en que debería leer Eugenio Oneguin de Pushkin por delante del resto de la literatura rusa. Crimea, evocada como un  paraíso perdido. La cercana Georgia, su gran cocina desconocida, sorprendente, empezando por el riquísimo jachapuri. Hemos reído y llorado juntos. Nos cuidaron cuando necesitábamos cuidados. Nos han descubierto mucho de su mundo y de nosotros mismos, hemos constatado que no somos tan distintos a pesar de tantas cosas diferentes. Ya sabemos que los seres que aman son muy parecidos, los que odian son penosamente idénticos.


Frente a mi cama, sobre el zapatero, he colocado unos iconos ortodoxos que me envió la hermana de Sergei desde Járkiv y un chotki que Vika le pidió a su madre para mí. Pienso inevitablemente en La Oración de Jesús, en los Relatos de un peregrino ruso, libro decimonónico tan delicioso como desconocido. Mística cristiana, no importa si ortodoxa o católica, juglares de Dios. Monte Athos, también cada pedazo de tierra que pisara san Juan de la Cruz. Y cada uno de sus versos inspirados, revelados. Suelo mezclarlo todo organizando en mi interior una extraña armonía, inquebrantable de tan frágil, también ahora lo eslavo y lo mediterráneo se enredan, por qué no.


De alguna manera, estas dos familias somos una sola familia porque también hemos cantado juntos contra los fantasmas que acechan amenazando la alegría, y en algún instante hasta fueron derrotados. Bajo el gran algarrobo comimos sin prisa y se nos ha pasado la tarde, en grata compañía es más fácil dejarse ir hacia otro lugar. Hubo un brindis con ron dominicano, la jacaranda en flor pujaba hacia lo celeste, al atardecer hablábamos con pasión y esperanza sobre el futuro, esa niebla que nos inquieta y que intentamos despejar inútilmente. Si suena el blues de Koko Taylor o Robert Cray es más llevadera la incertidumbre. Fuimos refugiados en sus corazones al darles refugio, algo de su tierra, su cultura y sus vidas forma parte de nosotros para siempre. Bajo la nieve de la estepa ucraniana se esconde un corazón tan cálido que nunca podrá morir.


Imagen: David Burliuk, Cossack Mamay (1912).

martes, 9 de mayo de 2023

Siempre hay un tallo.


 No sé cuándo han vuelto las golondrinas pero por aquí andan, reparando el nido que dejaron cuando partieron el año pasado hacia el sur. Su vuelo es elegante como el de las flechas de Artemisa, si no te conmueve es que estás muerto. Compadrean con mirlos y gorriones entre pinos, algarrobos y olivos. Se exhiben, acrobacias, pasan rasantes junto al mandarino que está atestado de flores de azahar. Y en él se detiene la mirada. Las abejas se emborrachan en la entrepierna de sus pétalos blancos, de esas libaciones vendrán los frutos, pequeños veranos cuando el frío, si la meteorología lo permite.


Cada vez que vuelvo del trabajo sé que algo importante de este jardín ha cambiado, se ha perdido o se ha marchado para siempre y yo no estaba aquí para captarlo y atesorar sus pecios junto a los míos. No hay locus amoenus inalterable ni Arcadia que no pueda ser recalificada. La belleza, la vida, van en fuga, no nos esperan. Cada vez más limones por tierra, creo que el granado no volverá a florecer, el jazmín agoniza de sed y bochorno pero resiste todavía. Un pequeño arroyo cercano a casa se va secando, baja demasiado el nivel del agua y los peces se aprietan ya unos contra otros, las garzas esperan pacientes su oportunidad. Es cuestión de días si no llueve. Lo amenazado se arremolina buscando a veces calor y ternura, esa dignidad de lo insalvable, más que alguna escapatoria posible. Cómo no querer aferrarse con todo a ese tallito frágil que crece en las paredes de los acantilados si en el camino hemos visto retama ardiendo en amarillos que no eran solo de este mundo. 


Imagen: Hokusai, Hortensia y golondrina (1832).

sábado, 6 de mayo de 2023

Cruces de Mayo.


 Las Cruces de Mayo ya engalanan las calles de la ciudad, humildes cruces floridas las de este barrio de clase trabajadora. Periferia citadina, extrarradio descuidado por concejales tan guapos como desalmados, advenedizos infatigables buscando bicocas desesperadamente. Viejos edificios de población inmigrante y ancianas centenarias que muchas veces viven solas. Al final de una de las calles principales hay un parque con ginkos, muy raros de ver en Valencia. Es un árbol resistente que soportó los efectos de la bomba atómica de Hiroshima, he conocido enfermos crónicos, frágiles y añosos, que se han comportado como ginkos frente al coronavirus. Sin embargo, nada podrán, me temo, frente a la gentrificación y los fondos buitre.

Tenderos de Punyab, bares bolivianos, venezolanos. Arepas y ají de lengua. Aquí nada resulta demasiado exótico o lejano, todo se integra suavemente y con naturalidad nos completa. Una cuidadora colombiana, devota de El Milagroso de Buga, me dice que vino a España escapando de un ajuste de cuentas. Mis padres fueron a ganarse la vida a Alemania, en los años setenta. Mi padre trabajaba de tornero fresador por el puerto de Hamburgo. Yo nací en el Marienkrankenhaus, hospital católico del distrito nororiental de Wandsbek, después se fueron a vivir a Veddel, muy cerca del río Elba. A mis dos años recién cumplidos regresaron a Valencia. Mi padre no soportaba tanta morriña bajo cielos nórdicos siempre grises, fríos como muñecos de nieve atribulados.


Todos somos mestizos. Mil leches. Sangres, alacenas y memoria generosamente enriquecidas. Así la alegría ensancha sus horizontes, también la tristeza. Y así debe ser, a mucha honra. Mi amigo Antonio, judío venezolano que vive hace ya muchos años en Miami, anda por Belmonte buscando sus raíces. Mis apellidos y los de mi mujer también aparecen en listas medievales que elaboró La Inquisición española con apellidos sospechosos de ser judíos. Toponimias y oficios. Tengo curiosidad, me gustaría saber, pero creo que, como le pasó a Borges, me quedaré con la duda. Igual es mejor ignorar de dónde venimos exactamente, ese andar sin apoyos tal vez nos facilite el vuelo. En la sinagoga sefardita de Praga sentí que estaba como en casa, en la mezquita de Córdoba también.


Frente al bar donde suelo almorzar hay una pared desconchada con una Virgen de los Desamparados pintada sobre azulejos, parece que mira, protege y bendice a los santos bebedores que montan guardia cada mañana en la puerta del local fumando incesantemente, de lo legal y lo ilegal, entre copazos y cervezas, y van arreglando el mundo medio borrachos mientras se les va pasando en balde otro día. Lo importante es no encontrarnos solos si estamos vacíos. Sería insoportable. No hacen mal a nadie, tampoco ningún bien, ahí están, etílicos y mariguanos, polarizados, alguno de Vox, alguno de Podemos, casi todos resentidos, amargados, conspiranoicos.


De regreso a casa pasamos por un camino lleno de adelfas en flor, lo bello y el veneno que confluyen, como en los cuadros de Lucian Freud, como en este breviario de usos y costumbres que me ha salido mientras cocinamos pollo fesenjan, un estofado de pollo con nueces de origen persa que nosotros elaboramos sin granadas, según la receta de la madre de Elena, a quien no conocí, con quien de alguna manera entablo conversación también en cada cucharada. Bartók, Rachmaninoff, Shostakovich en el móvil. En la televisión suena el Dancing Queen de ABBA. Ruido de motores cercanos, alta velocidad que se esfuma lentamente, atenuándose a la hora de la siesta, mientras me va meciendo un sueño que me deja indefenso, a su merced, entre resplandores no sé si reales o imaginarios.


Imagen: Lucian Freud, Reflection (Self-portrait), 1985.

lunes, 1 de mayo de 2023

Día del Trabajador.


 Día del Trabajador y las excavadoras van a todo trapo en unas parcelas cerca de casa, ayer fue domingo, Día del Señor, y tampoco pararon. El dinero, como su perra pulgosa la codicia, ni descansa ni deja descansar. Ni humanismo cristiano ni comunismo, parece que ya nadie puede hacerle frente al poderoso caballero. La posmodernidad, o lo que sean estos tiempos inhumanos, se está pasando por el arco del triunfo a Dios y a los hombres, a todos por igual. Extrañamente, más que El levantamiento del dos de mayo me viene a la cabeza El aquelarre de Goya. Esclavos felices.

La actualidad es hiriente, mucho más cuando se avecinan campañas electorales. Recuerdo el aforismo de Ramón Eder que dice que un político es un ciudadano menos. Me refugio en lo mío huyendo del daño, el encono y la bajeza. Mis hijos juegan en el jardín mientras acuno a Claudia, saboreo un té negro excelente, un irish breakfast de Mc Entee’s, más potente que los tés ingleses que he probado, más de mi gusto. Elena en la cocina prepara una boloñesa a ritmo de Chayanne y ahora que viene el verano recuerdo la cumbia lagunera que descubrí leyendo a Carlos Velázquez, especialmente Tropicalísimo Apache y su La hierba se movía. Phoebe podría estar trayéndome a todas horas una pelota de tenis para que se la lance. Es retriever, lo lleva en los genes, esa información que heredamos de nuestra progenie y que nos condena o nos salva, según las circunstancias.


La mañana es fresca entre la sombra de la casa y la del algarrobo. ¿Dónde termina una y dónde comienza la otra? Sobre la chimenea del vecino, cortejo galante de tórtolas. El aire viene mezclado, el ruido de los martillos hidráulicos es suavizado por el canto de los pájaros. La escoria y el oro se suelen mostrar entreverados. Las lecturas pendientes me atenazan: Gozo de Azahara Alonso, una biografía de Mozart escrita por Ramón Andrés, relectura de La gravedad y la gracia de Simone Weil… me falta tiempo. A pesar de todo, el cerro siempre me habla en verde, el color de la esperanza. Bruce Springsteen ha dado dos conciertos gloriosos en Barcelona. Al de la vida me acuerdo, pero dónde está, de Gil de Biedma, quiero oponer a The Boss cantando, con 73 años, well, we made a promise we swore we'd always remember. No retreat, baby, no surrender. También estos versos de José Mateos, himnos que me repito a menudo como mantras tibetanos: No insistas, corazón, inútilmente: nunca maldeciré la vida.


Imagen: Goya, El aquelarre (1798).

Cosas de mayo.

  Seguimos escarbando en lo que nos dejaron los muertos. Vamos abriendo cajas que almacenábamos en el garaje, desechando trastos, descartand...