lunes, 18 de marzo de 2024

Primavera anticipada.

 


Marzo de nuevo, hace un año que voy escribiendo estos textos breves, estas pequeñas realidades surgidas de enrevesadas e insondables ficciones y del aserrín metálico de lo cierto. Diario minucioso y disperso, caótico, quirúrgico y desmañado, lírico también, cajón de sastre, totum revolutum, cuaderno de notas, fuga de ideas, colecta de cotidianidades, urbano y rural, dietario cabal y alucinado. Pasado, presente y futuro amalgamados, como quiso Jules Renard, romper continuamente el hielo que vuelve a formarse en el cerebro. Impedir que cuaje. Verdad y mentira solapadas, artefacto literario, montaña rusa frente a un mar en calma, refugio o campo de minas, todo bien mezclado en la coctelera de pensar, en el hueco del sentir, ligado con el pegamento alado de la imaginación. 

Tímidos vuelven a florecer los ciruelos que hay en la calle del trabajo que a finales de año dejaré y en el que he estado cerca de siete años. Echaré de menos algunos lugares y a algunas personas que, de alguna manera, siempre irán conmigo. Me inquieta la eléctrica emoción del partir rumbo a lo desconocido. Claudia cumple un año, Elena toca los cuarenta, nueve años son ya los que alcanza nuestra relación. Cifras que nos van marcando como muescas agridulces en el cinturón gastado del tiempo. Imagino un destino laboral próximo de interiores remotos y olvidados, juego con la idea de escribir un Knockemstiff edetano y fronterizo digno de la hondonada salvaje que tan bien describió Donald Ray Pollock. Los cambios siempre tienen algo de Far West o de spaghetti western, según se mire. Llevo días escuchando el blues de Zac Wilkerson alternándose con la voz rota de Diego Vasallo, si no es por ti no salgo vivo. Amén.


En Fallas la ciudad es un termitero de caos y gozadera, la sangre roza la ebullición, vuelve renovada la antigua querencia mediterránea de vivir o arder en el intento. Calles cortadas, los barrios como ratoneras, casales en fiesta constante y monumentos falleros esperando el fuego que los redima, charangas de alegría, detonaciones, excesos, ríos de gente y más gente desbordándose por doquier, pólvora y cazalla perfumando el aire. Viene Octavio Paz de parte de la vida y nos dice que el día abre los ojos y penetra en una primavera anticipada. Todo lo que mis manos tocan, vuela. Está lleno de pájaros el mundo. Hoy, en Valencia, su palabra es una verdad irrefutable. Me alejo un poco del centro, he dejado la capital en busca de un silencio sencillo, para pasear estos versos luminosos por la Cueva del Turche y su preciosa cascada que viene del río Juanes, muy cerca de Buñol y sus cementeras. Cañaverales y álamos junto al riachuelo, algarrobos, ailanto, zarzaparrilla. Una sombra veloz me toca desde lo alto. ¿Será un cernícalo planeando solitario o la mano terca de la muerte, ahora que el corazón en calma se place por la floresta, perra muerte que espera usurera y sanguinaria mi regreso inevitable a la funesta encrucijada del pacto? Espera a que llegue tu turno, todavía un poco más, espera, que un instante feliz nos ha vuelto inmortales mientras en marzo el invierno y la primavera, sobre un lecho de azahares, son cópula y dentellada.


Imagen: Cueva del Turche.

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