En cuanto a infortunios, los ucranianos nos ganan por goleada. Irina y Sergei nos comentan que no solo han vivido la pandemia y la catástrofe natural de la DANA en Valencia, también vivieron bajo el dominio de la URSS, la Revolución Naranja del 2004, la guerra de Crimea del 2014 con la consiguiente pérdida de la república de Crimea y Sebastopol, también la maldita guerra que les obligó a salir de Ucrania con lo puesto en el 2022 y, casi se les olvidaba, el accidente nuclear de Chernóbil. Toda una vida de práctica resiliente, de sonreír a pesar de haberlo perdido todo y mantener en pie el pensamiento luminoso de que todavía pueden volver a empezar y encontrar su lugar en el mundo, la casa, la gente, la tierra donde echar raíces.
Ayer sonaron, esta vez cuando tocaba, las alertas nivel rojo de Protección Civil en el teléfono móvil por el regreso inminente de la DANA. Vuelven los miedos, la incertidumbre, el recuerdo invasivo de las horas de horror pasadas hace ya un par de semanas. Toda la noche lloviendo con violencia y Elena casi no duerme al revivir los instantes en los que su vida y la de Marcos iban en juego y a merced de las aguas turbulentas. Vinimos a instalarnos cerca del barranco del Poyo buscando, como Fray Luis de León, huir del mundanal ruido y casi encontramos la desgracia que, olvidábamos, crece en todas partes, también en los Locus amoenus. Parece ser que todavía no nos toca pero hay avisos claros para quien sepa observar. Carpe diem, carpe diem, susurra la corriente del agua entre las cañas rotas mientras, a pesar de todo, vuelve a amanecer.
La tierra del jardín ha perdido su palidez de tanta lluvia recibida, ahora tiene un color pardo entre piel de oso y canela en rama. En el limonero, tímidos, los limones empiezan a regalar sus apetecibles e hipnóticos amarillos. La mala hierba extiende un verde norteño, mullido y jugoso para que la mirada descanse. Gorriones, mirlos, tórtolas cantan como siempre, como si nada, agradecidos. Algo se nos llevó el temporal, algo se nos ha roto por dentro irreparable, el cielo es un campo gris de ceniza y platas sucias, de heráldicas derrotadas. Suenan las primeras notas de un blues acústico, rumores del Delta del Misisipi, ¿de dónde vienen si no hay luz? ¿De dónde se destila el bálsamo? Robert Johnson vendió su alma al diablo por todos nosotros, ha pasado casi un siglo y estamos juntos en la misma encrucijada, sufriendo y cantando, trovadores, juglares, bufones, corcovados, muy lejos de palacio, extramuros, metiendo el dedo en la llaga, tratando de hacer algo bueno de la herida. Dicen los que saben que la perla es fruto del dolor, parece que hay acordes que logran que salga antes el sol y existe una alquimia en la alegría que solo conocen los que sufren, ahora lo entiendo todo.
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