miércoles, 17 de julio de 2024

Confidencial de espectros.

 


Ese cajón en el que metes la mano contiene alacranes, agujas de coser a mano, tijeras abiertas, cuchillas de afeitar oxidadas, la vida que no quieres recordar y te envenena. No siempre fuiste tan poco desequilibrado, tan poco sanguíneo, hubo un tiempo de zozobras y brújulas desnortadas. También naciste en el siglo XX, brutal siglo de monstruos. Hay cajas que no has podido abrir, tu propio museo de los horrores. Como a Raúl Zurita, te hablan ahora los rompientes de tu vida. La memoria tiene sus riesgos, su oneroso peaje, gavetas que no cierran y dejan entrever, impertinentes, en los momentos más inesperados, la vida desperdiciada, una hilera de velas kavafianas consumidas, y por encima de todo, metiendo miedo, el vuelo avieso y rapaz de los errores irreparables.

Se te nota en la mirada, vas como ido, espectral, escudriñas de vez en cuando ese infinito que en tu caso es otear casi siempre hacia atrás con los ojos en blanco satén, como en trance, cabeceando ausente y compungido. Retrospectivas recurrentes hacia el pasado irremediable, te ofuscas y te reconcomes, se te agrian en la boca las cerezas y el buen vino, los días soleados se emborronan, suenan cerrojos, puertas atrancadas, los perros callejeros van ladrando a tu paso. Hueles a tabaco rancio, ropa húmeda y pólvora quemada. Alcoholes recios en compañía dudosa por locales turbios. Arengas, soflamas, peroratas y diatribas, el odio y la ignorancia en sus variantes innumerables copulando violentos sobre un corazón ignaro y curioso, de niño desatendido, de niño espantado, solitario, asolando los mejores años de tu juventud. Como le sucedió a Luis Rosales en el poema, puedes afirmarlo con rotundidad: me he equivocado en las cosas que yo más quería


Sobre la dulce música del canto monótono de los gorriones llega a la terraza, partiendo  de súbito la calma, el grito agudo de algún pájaro oscuro, mensajero de desgracias, impertinente, sus alas cargadas de símbolos. Así sucede también con algunos recuerdos que llegan parásitos, invasivos, tentaculares, reproduciéndose por esporas, aguando la fiesta, malbaratando la grata invención de un pasado idílico a nuestra medida, nos fue arrebatado sin piedad ese opio que adormece y reconforta. Estamos de nuevo perdidos entre divagaciones, flagelos romanos y esos necesarios mea culpa que vienen con mucho hielo y algo de soda en vaso tallado para whisky de fino cristal bohemio. Todo entre niebla, mucha niebla.


Entretelas, intersticios, intramundos, fuerapuertas. En cada recóndito recoveco hay la remembranza de un suceso indeseado, un tropiezo moral, el fallo en el relato ideal de una vida. Goteras, filtraciones, humedades que calan desde el pasado, la termita insaciable de la realidad horadando la impostura. Punkis, heavies, skins y otras hierbas. Pasquines revolucionarios, cartelería propagandística, afiches de la demagogia uniformada, grafitis hirientes, murales estúpidos, aluminosis del alma, torcimientos del espíritu. Anarquías, comunismos, neofascistas, encantadores de serpientes y otras sectas destructivas que vendían paraíso y libertad al módico precio de una servidumbre incondicional como quien vende humo o crecepelos mágicos. Canalladas. Banderías. En toda manzana podrida hay un escalafón, un estamento, una estructura piramidal expandiéndose. Alguien que saca beneficio y vive sin pegar un palo al agua. Todo fue entre el final de los ochenta y el inicio de los noventa. Qué estúpido, qué iluso fuiste. Cómo podrás perdonarte.


Y el culmen fue beber de todos los dogmas hasta el hartazgo, de todas las quimeras hasta llegar a niveles tóxicos incompatibles con la vida, todo bien revuelto, insufrible, para acabar finalmente solo, desengañado, para salir de la crisálida y la ceniza, de la horma y el rebaño. Tocaste todos los extremos y de todos sacaste las manos heridas. Desconfías de los grupos sociales desde entonces, sabes de lo que son capaces. Clanes de alimañas, manadas que arrasan con todo a su paso. En cada tribu hay alguien que te recuerda con desprecio, con rencor, no eres ya de nadie y les eriza la osadía, si pudiesen, no lo dudes, te lo harían pasar muy mal y a cuchillo.


Crepúsculos alucinados, fantasmagorías, te nublaste tú y se nubló la tarde. Otro trago lento, amargo, de un licor peligroso que en ocasiones viene de visita, mientras se va oscureciendo poco a poco el horizonte y giran en el sentido contrario las manecillas del reloj. No llega el sueño todavía, sufres, lo aceptas, a veces hay que pagar caro por tanta desfachatez. Eres un espectro desvaneciéndose, lo he notado en tu cansada voz de ultratumba y en esa imagen deshilachada detrás de mí, por los espejos. Qué lejos estas de todo aquello y cómo te persigue. 

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