Habría jurado que era un poltergeist travieso o algún remezón destemplado brotando cerca de casa pero quien realmente movía violentamente las sillas de la terraza, quien agitaba el aire tumbando y arrastrando las mesas y los sofás exteriores hasta las barandillas, era la borrasca Herminia. También, durante toda la noche, la calma y el sueño tranquilo, sacudidos, son arrojados contra las paredes desconchadas del yo más real, el más alucinado. Herminia desaforada y nosotros insomnes, contaremos las ovejas que van siendo succionadas por el ojo ciego y pitañoso del huracán. Vienen rachas recias y buscamos refugio en los rincones más inconsistentes del alma. Las sombras, como intuiciones, fluyen densas sobre los límites precisos, borrándolos. Todo lo vivo vuelve a quedar al alcance de la desgracia. La dana todavía es reciente y hay miedos que han venido para quedarse. Como si no tuviéramos ya el capazo lleno. En noches así las casas crujen, gritan, las junturas son tensadas hasta el límite, saltan descuajeringadas hacia los rincones donde la mano no llega, hay un ulular de premoniciones funestas que viene con el viento y no es el viento. Espantapájaros descabezados, ríen las hurracas en las afueras.
Aparece en escena una mañana cenicienta entre madrigales de Luca Marenzio y Luzzasco Luzzaschi, parece que el viento baja la intensidad y quiere darnos tregua. El sol no logra romper la gasa sucia del amanecer, nos rodea como una niebla espesa el viciado ambiente del cansancio expectante, los ojos, como pavesas en la oscuridad, van buscando sin esperanza un claro en las alturas. Dicen que Dios aprieta pero no ahoga o que solo pone sobre nuestro hombros la carga que podemos soportar pero yo he visto a muchos morir ahogados por las manos del azar, aplastados bajo una carga insufrible que el destino les reservaba sin opciones, salidas de emergencia o escapatorias. Hay quien saca del dolor algo luminoso, una perla, como pedían Ramón Eder o José Bergamín, creo, palabras reveladas como las de los profetas en el desierto o un manantial de música, quizás algún poema. Hay quien es capaz de resurgir de la ceniza, del luto, de las agresiones del prójimo, de las propias, de la muerte en vida. Desgraciadamente, no todos podemos hacer magia, casi nadie puede ser como Bruce Lee, agua, limpia y libre, pura, mineral, clara agua resiliente.
Pero también hay, no deberíamos olvidarlo, quien tan solo logra sacar más dolor del dolor, y eso es digno de todo respeto, lógico y hasta comprensible, no es fácil vivir, nadie puede dudarlo a estas alturas, hay quien únicamente extrae daño del daño, y cae, cae en barrena, y ya nunca más levanta cabeza, y evita el trato humano, irá siempre en fuga su sombra y los espejos se quebrarán en su presencia, y va dejando un raro olor a su paso, mefítica es la estela de azufre que desprenden los derrotados, se les nota en la mirada ausente, no están ni estarán, viven ya en otro lado, obsesivos se hurgan los pasos, los latidos, la memoria, dedican las jornadas a tajar una herida nueva en cada herida antigua, casi con delectación, y les queda como un pan amargo recién hecho, como un té humeante de raíces terrosas, malhadadas, como un alcohol casero y vengativo, les queda un elegante muñeco de trapo vestido con traje negro, que canta por Diego Vasallo o por Tom Waits, un pelele de melancólico corazón hipertrofiado donde clavar agujas de plata cuando las tardes de ventisca, a finales de enero, en casas desmanteladas, vetustas casas sin nadie, hogares fríos en extrarradios de futuros tapiados y jardines pavorosos.
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