domingo, 22 de diciembre de 2024

Postrimerías 2024.

 


Estaba, quijotesco, enredado en conversación con unos cuantos libros muy generosos, para tratar de apaciguar la inquietud de los últimos días del año, de las hienas circundantes y de un reptil antiguo que me hiela la sangre, también por calmar un poco a ese jabalí acorralado dentro de una caja torácica electrificada que me acompaña a todas partes. Típicas cosas del delirio que azota duro a las almas sensibles sedientas de belleza en un mundo tan cruel como adefesio. Frank Sinatra aparece por el salón cantando My Way como cuando apareció por el crematorio junto a Pavarotti y el nessun dorma a petición muy acertada, todo sea dicho, del protagonista del evento fúnebre. Y vamos juntos, un servidor, el viejo Frank, los vivos y los muertos, aojadores, naguales, brujas, hechiceros, artistas de variedades, calchonas, charangas, letraheridos con la sangre y la tinta revueltas, desfile de portentos túrbidos, a pasear por un zaguán lleno de hortensias y daguerrotipos de plata pulida, con muy viejas y descoloridas imágenes espectrales de hombres armados, revolucionarios románticos de miradas torvas. Sobre un alféizar aguarda la primera edición de Gerifaltes de antaño, escrita por Valle-Inclán, junto a una botella mediada de un vino peleón y avinagrado. En los arrabales ladran los perros y suenan tangos canallas.

Es abrir las puertas de la calle o poner la cabeza en la almohada y allí está el río violento que se lleva para siempre mi coche, los muebles de la casa de mis padres, y algunas cajas de libros que todavía guardaba en su trastero. Las obras completas de Blasco Ibáñez, Pedro Páramo de Juan Rulfo, Bajo el volcán de Lowry, muchos poemarios, novelas de pelaje variopinto y libros de arte infumables, filosofías, todos desfilando ante mí como cantos rodados, como barcos utópicos que hacen agua, hacia el mar, rumbo al hundimiento, la desaparición y el olvido. Retengo lo que puedo y lo que no me lo inventaré sobre la marcha. Haremos memoria como quien hace encaje de bolillos, tapices de París o tejidos andinos con lanas de alpaca, llamas y vicuñas. Haremos apología de lo bonito, bueno y verdadero que se encuentra en el centro de lo aparentemente insustancial. La realidad sin su dosis de ficción, sin su trama de fantasía, es una mentira insoportable.


La vida circula abruptamente entre epicedios y copas de Campari con naranja, siempre nos pilla por sorpresa con sus cambios bruscos de dirección, su golpe más certero llega casi al mismo tiempo que su más dulce caricia, se desarrolla accidentada entre grandes poetas chilenos (Salvador Reyes, Jorge Teillier) y gobernantes corruptos e ineficientes, entre charangas y tanatorios, entre mañanas plácidas y tardes violentas. Todo tiene cabida en esta función. Cruzo un jardín como quien recorre ávido los pasillos de una biblioteca o viceversa, ya no sé. Voy por los aforismos de Ramón Eder o de Stanislaw Jerzy Lec como quien va entre girasoles o campos de lavanda, paseo por poemarios frondosos, por Ángel González, Blas de Otero, Antonio Praena, José Mateos, Joan Vinyoli o Mark Strand, por avenidas de música en flor como Vivaldi, Corey Harris, Diego Vasallo, Beethoven, Quique González o Fito y Fitipaldis. No hay pintor que no trace un lugar íntimo para mí, concurren Sisley, Turner, Chagall, Rothko, Caravaggio, Velázquez, Fra Angélico, Guido Reni, Lucian Freud y una numerosa compañía de pinceles más o menos ilustres. Sin un séquito de fantasmas las almas adelgazan y se desvanecen, se esfuman sin dejar huella. Y así voy cruzando el pórtico confuso de los años, el regalo, la broma agridulce de mi vida. Y pido un porvenir repleto de amor y de bondad, de belleza, y sueño con ser distinto y mejor, caminar sin miedo y en paz ahora que ya no somos tan jóvenes. Así me duermo, entre visiones, tal vez lo soñé o fue un delirio, así despierto, en un año nuevo de un mundo distinto, la mirada se estrena y todo es visto como por primera vez. Vivir es arder entre las brasas del instante. No mengua la pasión, no morirá, no me rindo. Y así me salvo. 

miércoles, 4 de diciembre de 2024

Rayo o luciérnaga.

 


Como es primer lunes de diciembre y hay una fina niebla sobre las cosas, junto al primer café aparece de nuevo Chopin para, con sus dedos virtuosos, darle a la boira consistencia de telaraña o muselina, de ánima reconcentrada y expansiva a pleno rendimiento patafísico. Todo es excepcional, extraordinario, irrepetible, y una mirada concienzuda no puede quedar indiferente, ni debería negar una verdad tan rotunda e incontestable. La vista cansada es víctima y victimario. Todo lo que no se contempla como por primera vez, con pasmo amoroso, nos llega mustio, anquilosado, esclerótico o rancio. Cioran dejó escrito en sus cuadernos que fuera del instante todo es mentira y Marco Aurelio nos regaló una máxima o sentencia poderosa que se mantiene útil en estos tiempos tan superficiales y decadentes: realiza cada una de tus acciones como si fuera la última de tu vida. Sin un oteo afinado, ninguno de los dos aforismos puede ser llevado a la práctica, el instante o el presente carecen de relevancia aunque caiga ante nosotros el Imperio romano, el austrohúngaro, el Imperio Osmanili o el mongol y revienten por colapso todas las democracias posdemocráticas. Nada crucial sucede ante unos ojos desganados.

El canto de los pájaros resuena alborozado pese a la ausencia del sol, es mejor pensar que lo que nos falta participa también de las ganas de vivir y del raro canto de alegría que brota como agua manantial desde el dolor más hondo, un pellizco de azafrán, una ínfima brizna de esperanza, así en los algodonales del sur de los USA, en los campos indios o birmanos, en barcos tailandeses o en las minas potosinas. Ay! El minero, gajo de metal, la tierra lo traga junto con el carnaval. La corriente superó todos los cauces, mires donde mires hay señales más que claras del destrozo causado por las aguas desbordadas. Socavones, carreteras arrancadas de cuajo, puentes destruidos, amasijos de hierros, toneladas de basura y zaborra. Y aún así pujan por salir los brotes nuevos, la vida continúa, se despliega y avanza, el milagro poliniza todo a su alrededor.


En la cazuela, a fuego lento, boeuf bourguignon, la música bascula entre José Alfredo Jiménez y Benito Lertxundi, Queens of the Stone Age, Gatibu y Okean Elzy. Me gusta lo que no entiendo, lo que me cuesta comprender. Poliédrico, heterodoxo, ecléctico y heteróclito, hijo bastardo de la mezcla, lo fronterizo, el revoltijo y la fusión. A veces tengo una pajarería en la cabeza; a veces, un desierto. Recientemente he recibido varios rechazos editoriales y, como uno no tiene la vanidad a prueba de bombas, ando un poco alicaído, con la confianza frágil de las horas bajas. Por suerte, de vez en cuando, llegan sorpresas gratas y nos arreglan el ánimo para una temporada. La traductora Silvia Dammacco me pidió permiso para traducir al italiano Plantas de interior, uno de mis textos, que ha aparecido publicado en la revista In allarmata radura, inmejorablemente acompañado por fotografías de Veronica Mecchia, un lujo y todo un honor. Sensación extraña la de leer las propias palabras en otro idioma, gozar de la musicalidad y el misterio de lo propio procedente de otras latitudes. Qué alegría ver lo íntimo emprender su viaje sin retorno y adoptar una expresión que ya no es enteramente mía, pues ya es de quien la pretenda, la precise y quiera recoger el guante.


Lorca escribía para que le quisieran, mi amigo Víctor Colden escribe por la imposibilidad de no hacerlo. Rafael Chirbes dice que escribir es la indagación para nombrar lo que no puede nombrarse, un intento, un acercamiento hacia lo que aún no ha sido dicho, y Christian Bobin afirmaba: para mí, escribir es buscar todo lo que en nuestras vidas ha sido abandonado, descuidado, todo lo que el mundo deja, y volver a situarlo en un lugar privilegiado; es ir a rebuscar en lo que el mundo rechaza y encontrar oro. Con todos estoy de acuerdo y con muchas más definiciones que no transcribo porque el texto se volvería interminable. La diferencia entre la palabra adecuada y la casi correcta es la misma que entre el rayo y la luciérnaga, dijo Mark Twain, y bien sabía que en esa gran oscuridad vamos a tientas, entre ignorancia, duda y confusión, buscando alguna palabra viva, rayo o luciérnaga, algún filamento de luz que llevarnos a la boca, un párrafo como un par de alas nuevas, ahora que va terminando el año, algo de amor hecho sangre verdadera en nuestras sílabas o sílabas sinceras en nuestra sangre vacilante, amor que pueda taponar, desde lo más profundo, la herida de un corazón enceguecido que fibrila y balbucea al borde de su lecho, entre serias dudas de fe, mientras fuera no termina el gobierno de la noche y va arreciando el fiero ataque de todos sus malditos demonios.

Marineros en tierra.

  Un agricultor de Vilamarxant nos trae leña en una vieja furgoneta destartalada y llena de abolladuras, mientras la descarga me comenta que...