Como es primer lunes de diciembre y hay una fina niebla sobre las cosas, junto al primer café aparece de nuevo Chopin para, con sus dedos virtuosos, darle a la boira consistencia de telaraña o muselina, de ánima reconcentrada y expansiva a pleno rendimiento patafísico. Todo es excepcional, extraordinario, irrepetible, y una mirada concienzuda no puede quedar indiferente, ni debería negar una verdad tan rotunda e incontestable. La vista cansada es víctima y victimario. Todo lo que no se contempla como por primera vez, con pasmo amoroso, nos llega mustio, anquilosado, esclerótico o rancio. Cioran dejó escrito en sus cuadernos que fuera del instante todo es mentira y Marco Aurelio nos regaló una máxima o sentencia poderosa que se mantiene útil en estos tiempos tan superficiales y decadentes: realiza cada una de tus acciones como si fuera la última de tu vida. Sin un oteo afinado, ninguno de los dos aforismos puede ser llevado a la práctica, el instante o el presente carecen de relevancia aunque caiga ante nosotros el Imperio romano, el austrohúngaro, el Imperio Osmanili o el mongol y revienten por colapso todas las democracias posdemocráticas. Nada crucial sucede ante unos ojos desganados.
En la cazuela, a fuego lento, boeuf bourguignon, la música bascula entre José Alfredo Jiménez y Benito Lertxundi, Queens of the Stone Age, Gatibu y Okean Elzy. Me gusta lo que no entiendo, lo que me cuesta comprender. Poliédrico, heterodoxo, ecléctico y heteróclito, hijo bastardo de la mezcla, lo fronterizo, el revoltijo y la fusión. A veces tengo una pajarería en la cabeza; a veces, un desierto. Recientemente he recibido varios rechazos editoriales y, como uno no tiene la vanidad a prueba de bombas, ando un poco alicaído, con la confianza frágil de las horas bajas. Por suerte, de vez en cuando, llegan sorpresas gratas y nos arreglan el ánimo para una temporada. La traductora Silvia Dammacco me pidió permiso para traducir al italiano Plantas de interior, uno de mis textos, que ha aparecido publicado en la revista In allarmata radura, inmejorablemente acompañado por fotografías de Veronica Mecchia, un lujo y todo un honor. Sensación extraña la de leer las propias palabras en otro idioma, gozar de la musicalidad y el misterio de lo propio procedente de otras latitudes. Qué alegría ver lo íntimo emprender su viaje sin retorno y adoptar una expresión que ya no es enteramente mía, pues ya es de quien la pretenda, la precise y quiera recoger el guante.
Lorca escribía para que le quisieran, mi amigo Víctor Colden escribe por la imposibilidad de no hacerlo. Rafael Chirbes dice que escribir es la indagación para nombrar lo que no puede nombrarse, un intento, un acercamiento hacia lo que aún no ha sido dicho, y Christian Bobin afirmaba: para mí, escribir es buscar todo lo que en nuestras vidas ha sido abandonado, descuidado, todo lo que el mundo deja, y volver a situarlo en un lugar privilegiado; es ir a rebuscar en lo que el mundo rechaza y encontrar oro. Con todos estoy de acuerdo y con muchas más definiciones que no transcribo porque el texto se volvería interminable. La diferencia entre la palabra adecuada y la casi correcta es la misma que entre el rayo y la luciérnaga, dijo Mark Twain, y bien sabía que en esa gran oscuridad vamos a tientas, entre ignorancia, duda y confusión, buscando alguna palabra viva, rayo o luciérnaga, algún filamento de luz que llevarnos a la boca, un párrafo como un par de alas nuevas, ahora que va terminando el año, algo de amor hecho sangre verdadera en nuestras sílabas o sílabas sinceras en nuestra sangre vacilante, amor que pueda taponar, desde lo más profundo, la herida de un corazón enceguecido que fibrila y balbucea al borde de su lecho, entre serias dudas de fe, mientras fuera no termina el gobierno de la noche y va arreciando el fiero ataque de todos sus malditos demonios.
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