martes, 19 de noviembre de 2024

Noche.


 En las capillas mediceas Miguel Ángel esculpió la Noche, inspirándose tal vez en Leda o Ariana durmiente, la representó con el cuerpo desnudo, el rostro plácido, recostada sobre un sueño profundo y amable como de espuma viscoelástica, puede ser que brevemente sestee o que, por el contrario, guiada por una frottola de Bartolomeo Tromboncino se adentre en un sueño eterno sin retorno. Acompañando al tenso y crispado Día, sobre la tumba de Juliano de Lorenzo de Médicis, la Noche nos recuerda que hay un respiro, un lugar íntimo al que acudir buscando refugio y fortaleza, un aparte en la función, una enfermería abierta 24 horas para curas e inyectables, y por si hubiera que lamerse las heridas, un piano bar filantrópico y terapéutico en el reino confuso de las sombras. La tiniebla subraya, hace trascendencia de la más pequeña brasa, del más humilde candil titilante. El día, lo queramos o no, casi siempre es compartido y suele estar abarrotado aunque nos encontremos solos, por el contrario, la noche, en el filo de lo crucial, es solo de uno mismo o no es enteramente la noche y tan solo estando solos, despojados de todo, como en la muerte, seremos por completo de la noche y sus contornos. 

Cuando un autócrata nos exprime y como un posmoderno Cosme I de Médicis nos gobierna con mano de hierro, cuando el día es insufrible como la averiada maquinaria estatal, insoportable como un burócrata despiadado, si transcurren las horas diurnas carentes de humanidad o esperanza, hay un resquicio en la oscuridad que nos da más luz y sosiego que esa luz enferma y falsa de las jornadas pavorosas. Buonarroti dejó escrito un clarividente epigrama sobre su Noche que decía así: me es grato el sueño, y más el ser de piedra mientras que el daño y la vergüenza duran, no ver, no sentir me es gran ventura: así pues, no me despiertes, habla bajo. La noche como cobijo y protección, dormir, soñar como rebeldía postrera. Shhhhh, hablad bajo o callad directamente, ahora que hay fango y ruido por todas partes, daño a espuertas y motivos más que suficientes para la vergüenza, sobretodo la vergüenza ajena al ver cómo campa a sus anchas, ministerial, tanta desvergüenza, tanta impostura, shhhhh, chitón, mutis, con el ocaso enmudeced, sellad los labios, que silencio y noche siempre fueron gasa y venda de dolientes, beso, aliento, bálsamo para cuando la lepra, el mal sueño y la fiebre fría, sustento último cuando el desamor, la soledad o la derrota.


En un pedazo de noche toda la noche cabe, todo el dolor de un hombre puede quedar contenido, también, por suerte, el consuelo y la cura. En un fotograma de oscuridad se aloja todo el misterio, en un píxel de sombra hemos intuido lo insondable del universo. En la noche cabe toda posibilidad porque acotarla es imposible. La noche es fiera salvaje por siempre emboscada y claro en el bosque para reposo y convalecencia. La noche es paradoja y aporía. En un jardín oscuro pude encontrar toda la jungla y su espanto. 1800, no me refiero al Siglo de las Luces, hablo ahora sobre 1800 metros cuadrados de un jardín descuidado a unos veinte kilómetros de Valencia. Un jardín en penumbra, umbroso. Ahí caben, toda la espesura y todos los verdes. Especialmente en la renombrada noche oscura del alma. El jazmín que se enreda en la valla, un pequeño almendro, algarrobos, pinos y olivos, el olímpico laurel, el granado de Afrodita, un par de naranjos, un pomelo, un níspero, un mandarino, las moreras, mi amado limonero, la bella y terrible adelfa, el melocotonero, tréboles, rabaniza, cenizo, malvavisco, estramonio, grama y otras hierbas. En los maceteros crece rúcula, romero, habas, zanahorias, coles de Bruselas, cebollas tiernas, rábanos, algún puerro. Y hay tanto que todavía no he descubierto, al alcance de una mirada que no llega. Tres años en este jardín y qué desconocido, qué extensión de incógnitas por despejar en 1800 metros cuadrados. Como sucede con la Noche de Miguel Ángel, tengo un pedazo de tierra pálida que abriga y asfixia, mata y consuela, maravilla y terror, delirio, adelfas de Carrara sobre un mármol con espinas que gotea una savia pegajosa de veneno y ambrosía. Todo se confunde entre la maleza, entre las sábanas, todo es feraz por las criptas florentinas que a través de sótanos, galerías, catacumbas y pasadizos a mi casa llegan para hacer noche en mi noche. Hablad bajo, shhh, por piedad, no me despertéis.

jueves, 14 de noviembre de 2024

Nivel rojo.

 


En cuanto a infortunios, los ucranianos nos ganan por goleada. Irina y Sergei nos comentan que no solo han vivido la pandemia y la catástrofe natural de la DANA en Valencia, también vivieron bajo el dominio de la URSS, la Revolución Naranja del 2004, la guerra de Crimea del 2014 con la consiguiente pérdida de la república de Crimea y Sebastopol, también la maldita guerra que les obligó a salir de Ucrania con lo puesto en el 2022 y, casi se les olvidaba, el accidente nuclear de Chernóbil. Toda una vida de práctica resiliente, de sonreír a pesar de haberlo perdido todo y mantener en pie el pensamiento luminoso de que todavía pueden volver a empezar y encontrar su lugar en el mundo, la casa, la gente, la tierra donde echar raíces.

Ayer sonaron, esta vez cuando tocaba, las alertas nivel rojo de Protección Civil en el teléfono móvil por el regreso inminente de la DANA. Vuelven los miedos, la incertidumbre, el recuerdo invasivo de las horas de horror pasadas hace ya un par de semanas. Toda la noche lloviendo con violencia y Elena casi no duerme al revivir los instantes en los que su vida y la de Marcos iban en juego y a merced de las aguas turbulentas. Vinimos a instalarnos cerca del barranco del Poyo buscando, como Fray Luis de León, huir del mundanal ruido y casi encontramos la desgracia que, olvidábamos, crece en todas partes, también en los Locus amoenus. Parece ser que todavía no nos toca pero hay avisos claros para quien sepa observar. Carpe diem, carpe diem, susurra la corriente del agua entre las cañas rotas mientras, a pesar de todo, vuelve a amanecer.


La tierra del jardín ha perdido su palidez de tanta lluvia recibida, ahora tiene un color pardo entre piel de oso y canela en rama. En el limonero, tímidos, los limones empiezan a regalar sus apetecibles e hipnóticos amarillos. La mala hierba extiende un verde norteño, mullido y jugoso para que la mirada descanse. Gorriones, mirlos, tórtolas cantan como siempre, como si nada, agradecidos. Algo se nos llevó el temporal, algo se nos ha roto por dentro irreparable, el cielo es un campo gris de ceniza y platas sucias, de heráldicas derrotadas. Suenan las primeras notas de un blues acústico, rumores del Delta del Misisipi, ¿de dónde vienen si no hay luz? ¿De dónde se destila el bálsamo? Robert Johnson vendió su alma al diablo por todos nosotros, ha pasado casi un siglo y estamos juntos en la misma encrucijada, sufriendo y cantando, trovadores, juglares, bufones, corcovados, muy lejos de palacio, extramuros, metiendo el dedo en la llaga, tratando de hacer algo bueno de la herida. Dicen los que saben que la perla es fruto del dolor, parece que hay acordes que logran que salga antes el sol y existe una alquimia en la alegría que solo conocen los que sufren, ahora lo entiendo todo.

viernes, 8 de noviembre de 2024

Noli timere.

 


Volver a la normalidad o a algo que sea lo más parecido posible. Cada uno encuentra su ruta de retorno. No es mala opción lo epicúreo, regresar por la senda de la ribera del Duero escuchando algún viejo vals criollo de Francisco Canaro o un poco de klezmer festivo para darle combustible al corazón, descorchar algún vino tinto que merezca la pena, Aalto, San Román, Pintia si es posible para acompañar con dignidad unas carrilleras de ternera con patatas o un solomillo de cerdo sobre un dulce lecho de cebollas asadas. Volver a disfrutar del instante como si no hubiera un mañana. Reunirse de nuevo, ahuyentar a la bicha con el talismán lenitivo del verbo, con esa rara filacteria indestructible de la palabra, hablar del horror sufrido con amigos y allegados, con la gente a la que le importas y celebra los reencuentros a base de cariño sincero y abrazos, palparnos las carnes incrédulos todavía y dar gracias de nuevo por seguir aquí. Estudiar un lienzo con detenimiento y estremecerse, paseos lentos por jardines mediterráneos, aprenderse los nombres de los árboles y los pájaros, retomar las lecturas suspendidas y comenzar con alguna de las que siguen pendientes, salir poco a poco del estado de shock, creer en el amor inmarcesible y omnipotente, en las curvas vertiginosas que nos llevan al cielo por la vía rápida, ver cómo disminuye el lodo y vuelven a ser transitables algunas carreteras dañadas, sentir los gestos solidarios, volver a la droga de la escritura y a ese sabor agridulce tan suyo, adictivo, irremplazable, con sus salidas de emergencias, sus refugios, sus escondrijos y sus mundos tan auténticos por plenamente imaginarios. ¡Ah de la vida sin los grandes ventanales!

Cada uno remonta el vuelo como puede, dicen que la mancha de una mora con otra verde se quita, algo de eso sabía Camarón de la Isla al cantar que quita una pena otra pena y un dolor otro dolor, por supuesto que hay que dejar pasar el tiempo, Heráclito de Éfeso añadía un argumento de autoridad cuando afirmaba que solo el cambio es permanente, que por sí mismo ya es un consuelo de peso para los derrotados. Solo es libre de verdad quien sabe vivir y morir sin miedo. Noli timere, que le sugirió el poeta Seamus Heaney a su mujer, como sabio consejo final, poco antes de fallecer. A mí siempre me fascinaron los velatorios irlandeses en los que nunca falta comida, ni mucho menos bebida o risas contagiosas mientras se recuerda y acompaña al difunto que escucha atento en su ataúd, de cuerpo presente, la canción tradicional escocesa típica en este tipo de eventos: The parting glass. Admirable esa forma de afrontar la pérdida desde la alegría melancólica, el júbilo atemperado que agradece el tiempo juntos y la celebración sincera por tantas cosas compartidas. Y vuelvo a decir que para nosotros es fácil salir de este atolladero, un susto gordo en la primera noche de la DANA y un coche perdido, poco más. El trauma y los miedos se irán esfumando, todos los miembros de mi familia estamos vivos, hay quien no ha tenido tanta suerte y sigue de barro hasta la cintura llorando a sus muertos, achicando agua, imposible para ellos por el momento pasar página o divagar sobre los acontecimientos.


La sensación general, a medida que van pasando los días, es la de que nuestros gobernantes no han estado a la altura, nos han abandonado otra vez. Sus vidas de lujo palaciego les impiden arremangarse la camisa, atarse los machos y bajar a la arena a dar el callo o el do de pecho, en especial cuando la arena huele a sangre y peligro. Entre políticos, mezclarse con la plebe debe de dar mal fario. Cerca de Kurashiki, en un pueblecito del Japón más rural, por la prefectura de Okayama, conocí a un anciano que años atrás había sufrido el acoso constante de un hermano alcohólico que le culpaba de todas sus desgracias. Cuchillo en mano llegó incluso a entrar en su casa por una ventana,  de noche, para amenazarle de muerte a él y a toda su familia. En el momento más inesperado regresaba a matarlos de miedo en vida. Y así fue por mucho tiempo, una y otra vez, creo recordar que hasta su muerte por cirrosis. Cuando alguien le preguntaba por esta historia, por el hermano desquiciado que durante años fue una pesadilla, decía impertérrito, mientras mezclaba con agua caliente su aguardiente de arroz al tiempo que se tomaba un protector hepático, que de los muertos no se podía hablar mal pues ya formaban parte de la divinidad. Y esa es la íntima esperanza que los diputados guardan para el final, viven como deidades para que, al morir, a nadie se le ocurra mentarles la madre o el árbol genealógico al detalle, de tan divos nimbados, por si la excomunión o el destierro.


Aprovechemos, pues, el momento y hablemos pestes merecidas de los políticos que nos han tocado en suerte perra o en desgracia, sindicato del crimen, banda de malhechores, señalémoslos como lo que son, quitadles las máscaras, ahora que están bien vivos, coleando, noli timere, ahora que se ciernen sobre el débil, sobre quien cayó en desgracia mayúscula para, mientras le toman el pulso, disimulando, robarle el reloj y la cartera con fineza y donosura impostadas. Y con la ley de su parte. Como siempre. Digamos el asco que nos producen, el asco indecible que escribiera el poeta navarro, para que nuestros hijos nunca quieran ser como ellos, vergüenza, neopríncipes posdemocráticos, todos, máquinas de fango y de miseria, antes de que mueran plácidamente en la cama como dioses eméritos con inmunidad parlamentaria, como dictadores abotargados de tanta vidorra prémium, a full equip, hasta los topes, como sátrapas intocables en loor de caviar, champán y mariscadas, que fango son y en fango se convertirán, vergüenza, vergüenza, mejor ahora, que después puede que venga ordenada desde instancias superiores su deificación entre encomios, banderines, fuegos artificiales y alabanzas o en el mejor de los casos llegará la desmemoria, el olvido, un polvo despreciable y el silencio. Unos instantes de paz después del gran incendio, Nerón toca su lira, Jacques Callot y Goya pintando la escena como locos. Algún día una hiena sarnosa saldrá de entre las ruinas imperiales con el carnet de un partido político cualquiera entre las fauces, será como la lepra que nadie querrá tocarlo, y todos huiremos del lugar del crimen, campo a través, sin mirar atrás, presas del espanto.

miércoles, 6 de noviembre de 2024

Lodo.


 La DANA nos ha pasado por encima y aún así podemos contarlo, hemos tenido suerte. El día que empieza todo, martes, Elena y yo nos dividimos tras salir del trabajo en Valencia, ella va con su coche a recoger a Marcos a Cheste y yo con Claudia directo a casa, en el campo, entre Cheste y el Circuito Ricardo Tormo. Le digo a la madre de Iván que no podré ir a recogerlo a Paiporta, anuncian temporal y que mejor lo recoja ella del colegio. Un trayecto de 20-25 minutos por la A3 lo hago en dos horas mientras veo cómo la lluvia cada vez es más violenta y voy comunicándome con Elena que ha encontrado los accesos a casa desbordados por el agua y tiene que volver hacia Valencia, dar la vuelta y tomar la salida por Loriguilla que es por donde voy yo en ese momento, una carretera atascada, llena de camiones y furgonetas de reparto, paralela al polígono industrial.

Llego a casa pero no puedo abrir la puerta automática corredera, se ha ido la luz, espero un rato en el coche con Claudia mientras veo cómo baja cada vez más agua por la loma y todo se va poniendo más complicado. El coche de Elena no avanza en el atasco, finalmente, no sé cómo, decidí saltar la valla con la niña en brazos, mientras la paso sobre los pinchos solo pienso en que no puedo fallar ningún movimiento. En casa por fin, a salvo pero empapados y seguimos sin luz. Oscurece. Elena se queda atrapada, busca refugio en una gasolinera del polígono industrial de La Reva, sube el nivel del agua que llega en un instante casi a las ventanillas y se quedan atrapados en el coche, no puede abrir las puertas y tiene que pedir socorro, los sacan unos chicos latinoamericanos y se refugian con más gente en el Charter que hay junto a la gasolinera, después les abren un edificio de oficinas y allí se quedan mojados y con un fuerte olor a gasolina hasta que sobre las 4 de la madrugada los evacuan a un colegio de Ribarroja.


Pasamos una noche horrible, incomunicados, separados, sin cobertura ni batería en el móvil. El día siguiente, lo primero que hago al clarear es salir con la niña, desbloquear desde dentro el motor de la puerta y comprobar que mi coche permanece fuera. No lo esperaba pero ahí está. Lo dejo en el jardín con el motor en marcha para que se me cargue el móvil. En cuanto puedo volver a comunicarme con Elena, me cuenta de lo vivido, pura pesadilla, de que están vivos por los pelos o de milagro y que vio a algunas personas arrastradas por la corriente o agarradas a los árboles que, posiblemente, casi con total seguridad, correrían la peor de las suertes. Por la tarde puedo ir a por ellos al colegio de Ribarroja y lo que voy viendo por el camino es de escenario de alguna primera línea del frente en la Segunda Guerra Mundial. Coches apilados, volcados, reventados, barro, cañas, basura, sillas, plásticos, bidones, árboles derribados, zaborra por todas partes. No sé ni cómo consigo llegar hasta Elena y Marcos ni cómo logramos regresar. Por fin juntos en casa, sin luz ni agua pero tenemos velones y linternas, reservas suficientes de agua y comida. Todos los accesos a la urbanización, la carretera que viene desde el Circuito Ricardo Tormo, la que lleva a Cheste paralela a la rambla del Poyo, destruidas, con tramos inexistentes, la que va a Loriguilla con camiones cruzados y coches abandonados.


Un par de días después nos comentan de una pequeña carretera rural que va entre viñedos y naranjos, con muros y bancales derruidos sobre el asfalto, por la que se puede llegar a Vilamarxant. Y allí que vamos a tratar de comprar algo en el Consum pero, como suele pasar en estas situaciones, no quedaba nada de carne ni pescado ni fruta ni verduras ni mucho menos agua. Aún así compramos alguna cosa y sentimos que ha valido la pena salir del encierro, dar una vuelta para airearnos y desconectar un poco de todas las noticias relacionadas con la DANA, de la incompetencia y la ineficacia de los políticos, de la desgracia de tantos, de tanta muerte evitable, de la casa inundada de Paiporta en la que viven mis padres, de la pena de muchos que han perdido hasta lo más básico. En Benaguasil tenemos más suerte, algo tan nimio como el ir a un supermercado y encontrar productos frescos y agua en sus pasillos nos rescata un poco de este mazazo que nos ha cambiado la vida a todos, algo tan cotidiano nos dice que ya hemos empezado a tratar de superar el miedo y de salir adelante. Mirar por el retrovisor y ver a los niños en el asiento de atrás riendo y jugando como si nada hubiera sucedido nos hace pensar que hemos tenido suerte, que somos afortunados y podría haber sido infinitamente peor. Como con la pandemia y las guerras vecinas que casi nos rozan, de alguna manera podremos hablar sobre ello, contárselo en un futuro a los hijos de nuestros hijos. O eso espero. Y no tengo conocidos entre los que han muerto ni entre los que han tratado de sacar provecho infame de la catástrofe. ¿Qué más se puede pedir? Regresamos a casa antes de que anochezca, los caminos son inescrutables y están llenos de lodo.

lunes, 28 de octubre de 2024

Poda y tala.

 


Día de poda y tala con Sergei. Han ido muriéndose algunos árboles del jardín, hace poco apareció uno de ellos derribado por el viento y comenzamos a pensar que era peligroso mantener en pie algo tan inerte y de raíces desmayadas que pueda ceder sobre los niños al no resistir un mínimo empellón de las ventiscas recias que a veces cruzan traicioneras por nuestra loma pelada. Resulta poético, lo frágil puede ser demoledor con el preciso empuje del viento, con una sutil caricia bien dada. Así también la memoria, que no deja de lacerarnos mientras escarba entre los muertos propios, pura niebla, y los errores pretéritos, deshilachados, en tonos sepia y desvaídos.

Un par de pinos, una morera y un pitosporo del Japón o azahar de la China: extintos y en pie, como tantos hombres. Motosierra, astillas, aserrín y leña abundante para el invierno. Mientras trabajamos, Sergei me cuenta que Járkov se ha convertido en una ciudad fantasma, su familia está bien pero apenas salen a la calle, lo justo y necesario, y solo las mujeres, como en todas las guerras, tienen miedo de que si algún adolescente sale a dar una vuelta sea capturado y obligado a alistarse en el ejercito. Y eso sucede en ambos bandos, de ahí el gran éxodo de rusos y ucranianos por toda Europa. Parece que Putin, tras perder entre 130000 y 200000 soldados, ha incorporado en sus filas a mercenarios chinos, chechenos, mongoles buriatos y se rumorea que en breve, también, cuerpos de élite norcoreanos. Mientras caen a capazos los ciudadanos de a pie, civiles buscando alimento y soldados a la fuerza, Vladimiro y Kim Jong-Un engordan plácidamente y sin remordimiento alguno en sus confortables refugios secretos. Vamos, lo normal de las guerras. Si es que en ellas hay algo normal.


No debe de ser ya muy diferente lo que sucede con Zelenski y sus aliados. Cuanto más se alargan las contiendas, más inocentes asesinados, más pillaje y más listos sin escrúpulos haciendo fortuna, como  sucedió también en las guerras carlistas, la guerra Civil Española o en la Francia de Vichy durante la Segunda Guerra Mundial, festín de malnacidos, no hubo otra París tan modianesca. Los mismos de siempre a bolsillos llenos, entre lujos regios y en lugar seguro, a cubierto, sanos y salvos. Como escribió Ramón Eder, maestro del aforismo, un político es un ciudadano menos. Dicen que la democracia es el menos malo de los sistemas políticos, así lo creo yo también, pero qué mal nos está saliendo esta manzana, toda podrida y tan llena de gusanos que, a veces, disculpen la osadía, no sé cómo adjetivarla con acierto pero no parece una democracia verdadera o no aquella, tan utópica ahora, que un día soñábamos con sus buenas dosis de libertad, igualdad, fraternidad y demás palabros que han quedado arrumbados y demodés bajo la bota acharolada y chúpamelapunta de la banca, las empresas transnacionales que cotizan en bolsa y sus lacayos principescos de la Eurocámara.


Tras apilar la leña, se avecina tormenta y decidimos comer dentro de casa. Chuletón de Angus con 45 días de maduración acompañado con Aalto, un Ribera del Duero fabuloso. De postre una tarta de manzana que ha hecho Elena, pura delicia. Desde la terraza veo los huecos que han dejado los árboles talados y siento que esta casa está llegando para nosotros a su fin, ha cumplido ya su ciclo, empieza a mostrarse ausente, va borrándose y borrándonos, como le pasa a mi madre con el Alzheimer y al padre de Elena tras morir tan rápido, sin morir del todo y matándonos, y siguen ahí, seguirán ahí, seguiremos aunque estemos en otro tiempo y otro espacio, difuminados, nebulosos, sagrados, fantasmagorías. Hay un huayno clásico boliviano de Los Errantes que canta “la rama tiembla como quien dice ¡Ay! tú no sabes lo que es amar”, y no, no sabemos amar, somos torpes, queremos retenerlo todo cuando hay que dejarlo partir, que vaya a su aire, que sea el aire mismo que respiramos y nos da el aliento. Lo que dejamos libre, cuando abrimos las manos, nunca se marcha, se queda de algún modo con nosotros aunque no esté, próximo permanece.


La chelista alemana Anja Lechner me desgarra el corazón mientras arrastro unas ramas hacia el leñero, barro la pinocha seca y acude Mikis Theodorakis con los primeros acordes de La danza de Zorba, el griego, para repararlo todo con su luz mediterránea. Ese ir y venir es la vida, esa danza, ese ganar y perder, las uvas dulces, las naranja amargas, los huecos tan llenos que dejan las ausencias, rebosantes, la memoria haciendo su trabajo, sus inventos, sus ideaciones parásitas, sus prospecciones, la nube en fuga, los cerros incendiados, los horizontes perdidos y los encontrados, lo que no es suficiente, lo que nos falta, lo que nos llena aunque nos mate, los que nos hace inmortales por un instante y nos vacía, cada aleteo sobre el abismo, este amor sin condiciones, este hermoso daño y la sutura.

jueves, 24 de octubre de 2024

Crónica de sucesos.

 


Tiroteo a diez minutos de casa, domingo, mediodía, tras las fiestas de la Vendimia que se celebran cada año en honor a san Lucas Evangelista, el patrón. Súbita la pólvora, sangre, un muerto y varias versiones de los hechos. No aparece el arma homicida por ningún lado, han buscado a conciencia cerca de la estación de trenes, por los naranjales, comentan que es un asunto de drogas o un ajuste de cuentas mafioso, el presunto asesino afirma que fue en defensa propia, que el cadáver era un sicario colombiano. Parece ser que tres balas entraron por la espalda del tiroteado, mientras trataba de huir, en un rellano del edificio donde vivía el tipo de gatillo fácil que, según dice, iba puesto hasta los topes de ketamina. Historias truculentas,  como la peste, bisbiseos, filtrándose por los visillos. De vieja en vieja. La Guardia Civil encuentra balanzas de precisión y narcóticos varios. Alguien piensa en Los Tigres del Norte y en sus célebres narcocorridos mientras se empolva ansioso la nariz golosa. Comienzan a rodar el chisme y la conjetura, pareja habitual de baile y farra, padre putativo y madre amantísima de familia conocida y numerosa. Desfilan sus vástagos, su lepra: el escarnio, la infamia, la hoz, el bieldo y la antorcha, la siete muelles, la escopeta de caza, el juicio popular en descampado fosco, apriorístico, justiciero, y el ajuste de unas cuentas más viejas que el hilo negro o la escarapela.

Todo muy ibérico, veterotestamentario y brutal. A poco que rasques sale el animal que llevamos dentro, la dentellada. Lo del ya lejano crimen de Puerto Hurraco se presiente bien vivo por el aire agrio y denso de cada calle polvorienta, presente, actual, en esta tierra de venganzas y deudas pendientes, de mujeres o lindes disputadas, de obsesiones, encontronazos, afrentas, duelos de honor, maldiciones, de guerras civiles que no acaban. Recuerdo El Caso, aquel periódico de sucesos escabrosos que a veces aparecía sobre las melifluas revistas del corazón en un velador estilo Luis XVI que había en casa de mis abuelos. El crimen de Cuenca, el de los marqueses de Urquijo, Juan Díaz de Garayo más conocido como El Sacamantecas, el crimen de la calle Fuencarral o el crimen del Expreso de Andalucía, El Arropiero, El Mataviejas. Más que rojigualda, España negra. Mañana o pasado mañana, a lo sumo en dos semanas, sucederán otras noticias, otros eventos que captarán nuestra atención y, en apariencia, dejaremos de lado, con facilidad, este asunto cruento pero nunca, jamás, realmente no, no olvidaremos ni habrá perdón posible.

La historia continuará velada en los gestos, las miradas y los silencios esperando paciente su momento, la trampilla o el resorte para saltarnos encima. Será como si nada pero todo queda apuntado en turbios libros de contabilidad por si un día alguien tiene que pagar cara la osadía y el despropósito o simplemente llega la tarde en la que no hay ningún tema interesante de conversación. Suculento material de habladurías, la hiel que pone en marcha el motor de los que solo intuyen raquíticos límites infranqueables marcando su mísero y cerrado microcosmos insustancial. El mundo gira cada vez más enfebrecido en el tormento y no parece, ni por asomo, que vaya a aminorar su marcha hacia el abismo si ya hemos pasado varias veces por los nueve círculos del infierno de Dante y por ahí desfilamos estelares, como peces en el agua o verdugos por el cadalso. El Bosco pinta sus delirios mientras va sonando en su cabeza La cabalgata de las valquirias. Hay quien ruega por una segunda oportunidad durante años y años, en el fondo de una celda fría, clamando por un milagro, quisieran volver al lugar exacto del crimen, de la caída y la perdición, estar en la encrucijada, regresar al tiempo preciso del cuchillo rasgando la carótida o la femoral, con saña, repetidas veces, a ese instante del dedo en el gatillo y el fogonazo certero, suplican con todas sus fuerzas volver a empezar, por hacerlo mejor, para no dejar supervivientes.

domingo, 20 de octubre de 2024

Manías del otoño.

 


El otoño tiene sus manías, vuelve como un viejo lunático imponiendo sus tics antiguos, esas cosas tan suyas que siempre nos pillan por sorpresa. Como mandato divino o capricho de su vetusta aristocracia, cada año regresan los paseos por los caminos polvorientos que van entre naranjales y viñedos no muy lejos de casa. No nos cruzamos con nadie y podemos estar en todo. Los racimos que no se vendimiaron han sido secados, deshidratados por el sol, dejando uvas pasas para los pájaros. Las hojas de las parras van adquiriendo tonos de hierro herrumbroso o de humilde sayal franciscano. Salir a caminar por los alrededores se convierte en la forma más certera de introspección, hay huecos en los troncos retorcidos de olivos y algarrobos centenarios que calientan el corazón igual que un beso, una copa de vino o el fuego hipnótico de alguna chimenea. Tomé de una rama rota un fruto rojo y era un recuerdo, quise forzar la memoria buscando algo de valor y fabulé como un bellaco por mí y por todos mis compañeros, por necesidad, por simpatía, pero por mí primero.

Había viejas masías derruidas, abandonadas, invadidas por las malas hierbas y las alimañas, caserones fantasmales, sin techumbres, rodeados de silencios tensos y trágicos, un aroma evocador de cítricos inmaduros y sombras húmedas bajo los árboles que el cielo azul y radiante del Mediterráneo no logra derrotar. Por donde pasa el hombre quedan rastros de basura y violencia, y allí, entre los arbustos que orillan los bancales, pude ver botellas rotas, cartuchos furtivos, latas de cerveza, condones usados, botes de pintura, escombros, pequeños muebles carcomidos, bolsas de plástico, maniquís, vestigios de invocaciones satánicas. Molicie, incuria y concupiscencia, así va el ser humano colocando banderitas por el violentado mapa del mundo mientras por donde pasa no volverá a crecer la hierba. Cruzamos por una pequeña granja de vacas que adensa el aire con su estiércol, algo nos acelera el pulso, de repente el golpe brutal e inesperado de algún mugido cansado, preso, sin esperanza, y el ladrido rabioso de los perros guardianes, tan humanos, igual de presos.


Y Chopin que tocaba el piano de cola en mi cocina, otro de los vicios del otoño, ya de regreso a casa tras la andada matutina, y allí que lo encontramos con su elegante melancolía, y surge el recuerdo de un arròs brut en aquella Valldemossa fría cubierta por la niebla, hace muchos años, después de un temblor frente a los panes y los peces que pintó Miquel Barceló en la Catedral de Mallorca, hace varias vidas ya, de cuando yo no era todavía yo, ni me parecía a mí en lo más mínimo. Tuve que irme a vivir a un mundo de ficción para poder soportar tanta realidad dilapidada, tanta locura.


El otoño también desempolva botillerías, alacenas, despensas, conservas, golosinas varias y muebles bar, pacharanes, vinos tintos, haces de leña, brasas, asados lentos, platos de cuchara, pucheros, sobremesas de órdago, conversaciones infinitas a media tarde, el otoño tiene la llave de estancias olvidadas y de puertas que sufrieron tres largas estaciones de clausura. De alguna manera el otoño nos aleja del presente común y nos aproxima a un presente íntimo, personal e intransferible, nos sitúa entre recuerdos e invenciones, también con nuestra gente, en la mejor compañía. Una bruma de música, trazos y letras nos rodea en otoño, Los ensayos de Montaigne, los diarios de Andrés Trapiello, siempre entre manos algo de Miguel Sánchez-Ostiz y de Claudio Ferrufino, las vísperas de Rachmaninov, Bach, Händel, Fenton Robinson, BB King, Charles Mingus, Chet Baker, Fito y Fitipaldis, Rafael Berrio, Goya, Velázquez, Van der Weyden, Rothko, El paraguas que Marie Bashkirtseff pintara un año antes de su muerte por tuberculosis en la París de 1884, artista que dejó escrito en su diarioconocedora de un final próximoque todo se presenta para mí bajo aspectos interesantes o sublimes: yo querría verlo todo, tenerlo todo, abrazarlo todo, confundirme con todo.


Esa sed quiero yo para este otoño. Y para el invierno que se avecina. Hoy he aprendido que hay un remanso de paz en el otoño en donde el tiempo camina lento y uno vive y muere con júbilo y plenitud cuando reúne por fin entre sus manos lo que fue y lo que nunca pudo ser, confundiéndose, reinterpretándonos, como nos rehacen esos cielos apocalípticos de nubes arreboladas que solo existen en otoño, cuando el día arrasa con todo, no hemos tenido casi tiempo para lo  importante y la noche es inminente, cielos únicos que dejan caer su tapiz sobre nosotros, otra oportunidad para poder decir que a pesar de los pesares valió la pena, por ese cendal de belleza irrepetible sobre todas las cosas buenas y sobre las malas, cielos de otoño para asesinarnos y dejarnos resucitar, asesinarnos y dejarnos resucitar, asesinarnos y dejarnos resucitar.

Noche.

  En las capillas mediceas Miguel Ángel esculpió la Noche, inspirándose tal vez en Leda o Ariana durmiente, la representó con el cuerpo desn...