martes, 4 de marzo de 2025

Marineros en tierra.

 


Un agricultor de Vilamarxant nos trae leña en una vieja furgoneta destartalada y llena de abolladuras, mientras la descarga me comenta que es un desastre la cada vez más prematura floración de los almendros. Si en enero ya lucen los dedos rosados de la aurora en sus pétalos, cuando regrese el frío sufrirán daños irreparables, el proceso se interrumpirá en escarchas y caerá desmayado, el fruto no podrá saber jamás de tiempos prósperos o de sazón, y nosotros, desgraciadamente, nos quedaremos sin almendras, sin buena parte de nuestra repostería, sin el turrón ni el mazapán o las garrapiñadas. Lo mismo ocurrirá también con los árboles frutales. Para más inri, la borrasca Herminia ha tirado por tierra todas las naranjas, dice el rústico que las están recogiendo a toda prisa y solo valdrán ya para hacer zumo o confituras. Cambio súbito de tema conversacional, me informa también de que por Vilamarxant hay muchos chalets en propiedad de los bancos, por si me interesa, para que vaya a alguna sucursal a preguntar. Le habré caído simpático y me querrá de vecino o solo son ganas de hablar por hablar, sin orden ni concierto. Su ayudante asiente y balbucea sonidos incomprensibles mientras se tambalea, en principio pienso que recientemente ha sufrido un ictus del que le han quedado graves secuelas pero luego creo que lo que lleva encima es una melopea de las de campeonato y nada más. Se sienta a liarse un cigarrillo junto al melocotonero, mira al infinito y sus ojos parecen los de un santo bebedor. Toda una vida en el campo, la ingrata labor a la intemperie y sus secuelas. Tras una nueva voltereta temática, el locuaz labrador elogia mi limonero y cuenta además que trabajó hace poco con un marroquí que se llevaba garbas de hojas de malva a casa para comérselas en familia como si fueran espinacas o acelgas. Por el momento no las probaré pero sabemos bien que la necesidad nos hace, llegado el caso, insectívoros militantes o apologetas del canibalismo si es preciso. Citaba José Jiménez Lozano a un autor francés que, si no recuerdo mal, decía que no deberíamos sorprendernos de la brutalidad del ser humano sino del beso al leproso.

Cada día voy hacia Cheste para llevar a Marcos al colegio por la carretera que discurre pegada al barranco del Poyo, la rambla ha quedado ensanchada con violencia por la dana, la inundación arrancó los puentes sobre los que pasaba el tren, las carreteras en ciertos tramos desaparecieron, el paisaje es desolador y a pesar de todo muestra ya reflejos tímidos del tenaz joyel de la esperanza. Junto a las ruinas, como hormiguitas hacendosas, trabajan sin descanso las excavadoras. Cerca, los almendros en flor hablando de muerte y resurrección con su habitual sabiduría milenaria. La vigencia de Esquilo y Sófocles es innegable, no cabe soslayar tampoco la importancia de los nenúfares de Claude Monet, afortunadamente. Tiempos extremos, donde hay tragedias desaforadas concurre también la efervescencia de una extraña y valiosa alegría. Destrucción y belleza, drama y esperanza, el ser humano es la conjunción de fuerzas que se repelen y al mismo tiempo se necesitan para así poder manifestarse con pleno sentido. El Dios Jano en medio, abriendo y cerrando todas las puertas. Y nosotros, con la extensa incertidumbre de la estepa póntica, sabiendo que nos es inmerecido el paraíso, que el infierno ha estado siempre bien presente en estas almas estragadas, en el ancho mundo agusanado. Va sonando el Canon de Pachelbel mientras cansados esperamos la próxima gota fría, y tan solo deseamos ya anidar en tierra firme como las águilas de Calmuquia, como los viejos marineros jubilados, recordando sin descanso, borrachos de saudade, las travesías innumerables, los naufragios, las islas del tesoro, el Kraken, los arpones, los mapas incompletos, un ahorcado del palo mayor, algún motín a bordo, la aventura interminable, los mares del sur, la odisea y las Ítacas, la bandera pirata, el ron y la pólvora, la sed de sal, las muertes que no tuvimos, los abordajes, las sirenas varadas, un piélago opaco como el sexo o la fiebre, como niebla densa y abismo, un confuso sueño sin orillas, las máscaras, el no saber quiénes somos, lo poco que nos queda, el barco en llamas, y todas las vidas que nos robaron.

Marineros en tierra.

  Un agricultor de Vilamarxant nos trae leña en una vieja furgoneta destartalada y llena de abolladuras, mientras la descarga me comenta que...