miércoles, 21 de febrero de 2024

Insomnio móvil.


 El dedo se desliza nervioso por la pantalla del móvil, obsesivo-compulsivo arrastra imágenes a toda velocidad buscando algo que no encuentra. Ni encontrará. Es muy tarde, la noche de insomnio no entiende de misericordias, debería dormirme de una vez pero hay un nervio electrificado como de valla carcelera impidiéndole la victoria al sueño tenaz que tira de la manga de mi pijama y no se me lleva. Imágenes patinando ante mí que van directas hacia la insignificancia y el olvido fácil, irreversible. Reels, fogonazos, demasiado forraje por segundo para el buche cansado del alma, colorines parpadeantes, bengalas, como en La naranja mecánica o en los últimos instantes de una vida larga y vulgar. Pirotecnias, luces de disco-club ochentero, ilusiones volubles, tesoros falsos y traicioneros como arenas movedizas o elixires de la eterna juventud. Lanzamientos editoriales, las playas del paraíso, rutas y senderos por la Valencia más rural y desconocida, cocoteros, jazmín, Lemmy Kilmister, líder de Motorhead, hablando sobre rock and roll y alcoholismo. Cocina callejera asiática, artes marciales mixtas, la receta del graffe napoletane, la del kimchi y mil formas de cocinar el pollo en la air fryer, frases de filósofos, de influencers, técnicas enfermeras, six packs grecolatinos, crossfit poligonero y suburbial, senderismo, yoga y terapias alternativas, caguamas bien muertas, mujeres en bikini, James Brown, Guido Reni, líneas de bajo magistrales interpretadas por Jaco Pastorius o Flea, bajista legendario de los Red Hot Chilli Peppers. Noticias absurdas, increíbles, tatuajes, políticos repugnantes, cínicos y asquerosos. Reyertas en autobuses de Tucumán, robos en el metro de Barcelona, el salto del ángel, navajas filipinas, profesores universitarios sentando cátedra. Siempre hay algo de Van Gogh o un salón de bodas que se incendia, tiroteos demasiado cotidianos en los USA, memes argentinos, cristos brasileños, carnavales, humoristas mexicanos. Frases motivacionales, aforismos, blues, jazz, punk, arroces marineros, sushi, alcachofas, Joaquín Sabina, vinos italianos, anuncios de galletas, coches de lujo y Frenadol Forte. Estrellas Michelin, libros de la editorial Acantilado, el David y La Pietá de Miguel Ángel, más robos, violencia, costillares, el Tata Santiago, la virgen de Guadalupe, almendros en flor, poemas emotivos pulsando teclas rotas muy adentro, tomates raf, versos de la Pizarnik, el Baztán, el Tunari nevado, cocineros vascos y escritores rusos, todo lo que alguna vez miré descuidadamente, de reojo, o con esa atención celosa que, en su grado máximo, Simone Weil igualaba a la oración, porque ambas presuponían la fe y el amor. En la pantalla aparece lo que soy y lo que jamás seré, constelaciones, lo que fui, lo que no he sido y lo que nadie podría creer, galaxias lejanas, imposibles e improbables, lo que no tiene remedio y pesa en cada paso, una maleta rota y llena de disfraces en este absurdo cabaret destartalado y caótico, toda la luz que he ido derrochando y esa oscuridad azulada que nos espera al final del túnel o de la pantalla del IPhone postrero, al final de una vida que quería luz, como Goethe en sus últimas palabras, más luz, y se ha ganado a pulso esta tiniebla llena de conexiones, sobreinformación y datos tan irrelevantes como neurotóxicos, galerías y soledades. Guedejas grasientas, cañones de humo, Velázquez al fondo, confeti, calaveras, guirnaldas. Tritones, gatos callejeros, Julio Cortázar, jamón de Jabugo, sabandijas, Milei y su motosierra, Juan Rulfo, algún Beatle, César Aira, Ucrania, Hrabal, un bálsamo óleo-calmante anti-picor, así lo anuncian, el vermut más mítico de Bilbao, una casa en ruinas, el coliseo romano, los miradores del vértigo, las ciudadelas góticas, todos los muelles con el adarce y el vaivén de sus embarcaciones melancólicas, islas, estepas, deseos y repulsiones, tundras, exorcismos, las urbes y el orbe. Necio, deliras otra vez, apágalo ya, deja el teléfono, descansa, ponlo a cargar que mañana será un día intenso, deslavazado, estridente y filoso, deja caer todo el peso del mundo sobre los párpados, que la vida y la muerte podrían ser una y la misma cosa o muy parecidas, algo goyesco, berlanguiano, una confusión de límites desdibujados, etéreos, desconfigurados, esta montaña rusa interminable de miedo y carcajada, eso ya quedó bien escrito por siempre en Hamlet, seguramente, y en una sucia pared de aquel psiquiátrico perdido entre cerros en el que hace tanto tiempo trabajaste. Y recuerdas de repente a un enfermo mental que insistente pedía tabaco, antipsicóticos, condones y eternas partidas de ping-pong en los lentos domingos, en las tardes recluidas del verano, no tan distinto a ti, algún que otro temblor de más con algo menos de suerte, y cómo pudiste leer en su mirada, helándote la sangre, la clara intención de acabar con todo y dormir, dormir, tal vez soñar.

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