domingo, 23 de julio de 2023

Todos nuestros ríos.


 Del lado del amor, con Tony Benett cantando que someday, when i’m awfully low, when the world is cold, i will feel a glow just thinking of you and the way you look tonight, paseando contigo junto al Támesis de aguas turbias y turbulentas, recordar en La Torre de Londres la cabeza de Tomas Moro y otros poemas católicos de Mario Míguez, darle lentas vueltas a nuestra historia en el London Eye tras soñar un poco por Notting Hill. Pale ale en cantidades industriales, felicidad, días de birra y rosas. En los pubs, rugby y pop británico. Inventé relatos modianescos en el hotel Grosvenor, historias incompletas junto a Victoria Station. Los mendigos te fulminaban con la mirada por los cigarros o el dinero demandados con fuerza y odio, cigarros y dinero nunca recibidos. La búsqueda de GK Chesterton por las tabernas resultó infructuosa. Cerca del Tate Modern, donde reposan eternamente pedazos bien iluminados de Picasso y Dalí entre otros, tomamos cerveza y pastel de carne, los obreros polacos de la mesa contigua no nos quitaban el ojo de encima, ni la oreja. Jane Birkin, recién muerta, sigue susurrando je t’aime, je t’aime, privilegios de la fama y la belleza superlativa. Su voz llega todavía sensual a este lado del río, a este lado de la vida.

El Támesis, al menos el que transcurre por mi memoria, tiene un afluente que se desvía y dirige nuestro paseo hacia el río Po a su paso por la Ferrara de Giorgio Bassani, conecta con el Adigio de Verona, donde visitamos la casa de Julieta y tú estabas tan feliz y radiante al asomarte a su balcón. Aunque sabías que todo eso era mentira, como muchas de las cosas que juramos y no se cumplieron por torpeza, porque no tenía que ser o porque alguno de los dos hizo trampas. 


Al principio, tiempo atrás, en el Arno, a su paso por Florencia, me puse enfermo, maldito cólico biliar, deseaba que estuvieras a mi lado y me cuidases. Muchos años antes fue el Moldava oscuro y magnético de Praga, también el Danubio  en la Austria señorial, estirada, decorado triste y frío, absurdo en una vida sin ti. Supongo que tú también ibas por ahí buscándome, por el río Lauch de Colmar o en el río Acquanegra que cuando llega a Ispra desemboca en el lago Maggiore.


Todos nuestros ríos vienen hasta Valencia, relacionados, los claros, cristalinos, también los de las aguas más negras, los caudalosos y los que ya están secos, hoy que es domingo bochornoso de jornada electoral, vierten sus aguas en el antiguo cauce del río Turia, llegan hasta la reseca rambla del Poyo, muy cerca de esta casa en donde tú te desdibujas por los rincones y yo me hago de piedra insensible y milenaria, idiota de mí. Suena un rumor de aguas lejanas mientras los niños ven los dibujos animados, pasan lentas las horas de la tarde, nadie se baña en la piscina y nosotros, cada uno a su manera, en una habitación distinta, sentimos cómo cada vez hay menos agua y cómo va haciéndose más grande este erial que un día fue regado por todos nuestros ríos y que llamábamos paraíso.


Imagen: río Támesis.

martes, 18 de julio de 2023

Julio se enseñorea.


 En otra parte, sí, bien lejos. Busquemos refugio. Julio estrangula recio con manos ardientes, el séptimo mes nos tiene rodeados, huele a chicle de asfalto y a sudor cansado, la ciudad se nos cae encima, nos hiere la obscenidad de las agencias de viajes, la prisa de los turistas, y vamos buscando sombras frescas como fardachos sedientos. No logramos encontrar nada definitivo que nos calme, la poca sombra también nos quema.

Cada vez hay menos oasis citadinos o aumenta nuestra miopía moral, por suerte, aunque escasean, quedan ramas a las que aferrarnos como náufragos de nosotros mismos. Palmeras, tipuanas, olivos, robles australianos, ficus, magnolios. Fra Angélico, Vermeer, Velázquez, Caravaggio. Bach, Iron Maiden, Amy Winehouse, Bruno Mars. Soñamos epifanías de lo trascendente, echar raíces en las nubes, una transubstanciación, mutar, caminar sobre las aguas, teletransportarnos, estar en los otros mundos de este mundo, volver a empezar, disolvernos en un sexo generoso que se regala como una fruta abierta, que algo incontestable refute a Cioran definitivamente, otro lugar pleno de aventura y novedades, los mares del sur tal vez, una punta de tierra hendiendo el mar inenarrable y que se llame Finisterre o Shiretoko o una pequeña humanidad puesta en pie ante la incertidumbre insondable y el absurdo infinito. Pasar por el cabo de Hornos y ganarnos el derecho a llevar un aro de oro en la oreja izquierda. La ruta 69, born to be wild. El regreso de la inocencia. Una mirada que no pierde su pasmo ante lo que se repite. Imposibles agrietándose, el ruido sordo de la esperanza que se va abriendo paso lentamente por valles oscuros, allá por las majadas al otero (san Juan de la Cruz), por las quebradas, los desiertos, o solo las estrechas pasarelas, las altas pasarelas pavorosas (Julio Martínez Mesanza).


Hacer memoria lejos de todo, a un lado, en el borde del camino, fronterizos, al fondo de la espesura, no sé si en un eremitorio o en un moridero, al final de la barra, en el centro de julio, solos, renacer, coger de aquí y de allá, picotear, de capricho a veces, también a dentelladas, muertos de hambre, darle forma, por pura necesidad vital, respirarlo, moldear el barro con los más diversos materiales, inconsistentes, frágiles, duros como el pedernal, ciertos, imaginarios, verdades como puños, impurezas, limaduras, patrañas de a kilo, humo, tarquín, pasado, presente y futuro, estroboscópicos, tal como fueron y como no, la remembranza más fidedigna, cegados, clarividentes, la máscara que se adapta como un guante, intuiciones, evidencias, olvidos, formar ladrillos de adobe, dejar que se sequen al sol, hacer una casa que nos proteja del frío que vendrá, de la lluvia y de la negra noche llena de fantasmas a caballo, un hogar que nos cobije de este calor volcánico, infernal, extremo, que a pesar de tanta bebida alrededor, de tanta destilería, aunque los bares, las terrazas, las bodegas, nos está matando cada día más y más, morosamente, con saña, de una sed metafísica, sin enmienda, medular, insoportable. Definitiva.

domingo, 16 de julio de 2023

Suvenires reunidos.


 Elena, la hermana de Sergei, acaba de llegar a Valencia desde Járkov. Hace un año que no están juntos, ha venido para despejarse un poco, estar con los suyos y alejarse del epicentro del horror. Su marido no puede salir de Ucrania, volverá con él en uno o dos meses. Desde el aeropuerto, antes de llegar a la casa de Ira y Sergei ha querido pasar por la nuestra para saludarnos y entregarnos unos regalos como agradecimiento por haber acogido a su familia que, le decimos, ya es nuestra familia. Nalyvka de cerezas, limoncello casero, las dos botellas pintadas y decoradas por ella con arte y cuidado. Dos preciosos iconos ortodoxos, san Marcos y santa Claudia, y un cuadro con una estampa veneciana pintada por su padre que murió repentinamente hace un par de años. Unas pastas de té, para Elena unos guantes de lana de oveja y para mí una botella de Gentleman Jack. No sabe qué hacerse para corresponder lo que no es necesario ni nombrar. Hemos recibido con creces lo que un día dimos. El mejor regalo es verla aquí, su mirada limpia y su sonrisa alegre pese a lo vivido y aunque sepa o intuya lo que le puede esperar después de esta plácida estancia en Valencia. Militancia del júbilo a pesar de tanto canalla malicioso en el poder. Vivir con plena intensidad, a todo corazón, el presente luminoso sin lamentos inútiles por lo que hemos perdido o se nos ha arrebatado. Difícil. Admirable.

Mi hijo Iván también ha regresado del viaje que ha hecho con su madre para estar casi un mes con su familia japonesa. Okayama, Kurashiki. La cercana Hiroshima y Miyajima, la isla santuario. Ha traído palillos para todos, algo de té y un aguardiente de boniato, imoshochu, que a mí me encantaba, en especial uno de Miyazaki que se llama Kurokirishima, la isla de la niebla oscura, o algo así. Idas y venidas. Partidas, vacaciones, regresos y reencuentros. Yo estoy en época de crianza, de escasas travesías, de viajes inmóviles a lo Mac Orlan, alrededor de mi cuarto y mi jardín, trayectos recurrentes por los viajes ya hechos y por los imaginados. Paladear el humo, la ensoñación y esa punzada agridulce en el cielo de la boca que nunca sabemos de dónde viene.


Cerca de mi trabajo encontré, en una librería de segunda mano, Kyra Kyralina y El tío Anghel de Panait Istrati. Se lo comento a Claudio Ferrufino que celebra el hallazgo y me recuerda la importancia de leer también a Iliá Ehrenburg. Pido su Julio Jurenito de inmediato, llegará mañana, engrosando la larga lista de lecturas pendientes. Otro camino que se abre hacia lo imprevisible.


El sábado laboral termina a mediodía. Mañana tranquila, con el calor que hace casi no han venido pacientes. Estarán en la playa o en sus casas con el aire acondicionado a tope o amorrados a sus ventiladores y abanicos intentando sobrevivir. Cada uno alivia como puede la calina, el bochorno, el cambio climático, la soledad. Rosa, mi compañera de guardia, planea un viaje familiar a Asturias, Javi y Belen están ansiosos por bajar la persiana del bar y enfilar hacia el cabo de Gata. Todos buscamos siempre un lugar donde ser distintos y no podamos reconocernos. Ya en casa veo un interesante documental sobre las andanzas por el altiplano boliviano de los ladrones Butch Cassidy y Sundance Kid. Inevitable su final de plomo y sangre en San Vicente tras su rastro de robos por las mineras Oruro y Potosí, y su huida por el salar de Uyuni hacia el sur.


Antes de las siete de la tarde es imposible salir de casa. Refrescamos hasta el alma en la piscina, los niños juegan con pistolas de agua cerca de mi Glenfarclas on the rocks. Elena planea un fin de semana en un hotel de esos temáticos que te ofrecen todo lo necesario para no salir de sus instalaciones, alejarse unos días de la rutina y que te lo hagan todo. Me pongo a bucear agradeciendo el instante, el refugio de este paréntesis, perdí pero en el fondo reencontré el anillo dorado de la felicidad. Cada cosa que llega a mi vida es admitida sin reservas, lo bueno, lo feo, lo malo, el bien, la verdad y la belleza. Los viajes de los demás quedan marcados en mi pasaporte, sus lecturas dejan huella en mis estanterías. Sé que en la superficie me esperan siempre mi familia, mis historias, el mundo que he creado y el que acepto, Istrati en la hamaca, Toshiro Mifune preparando un té verde para Kurosawa, suenan canciones de Okinawa por los bosques rumanos, klezmer de Bucovina por el castillo de Himeji, mientras Sundance y Butch recuerdan el suave sabor de la carne de llama, el recio alcohol de los mineros, se acaba la resistencia de mis pulmones, emerjo, rellenan mi copa de nuevo, palpan con cuidado los agujeros de bala que hay en sus sienes polvorientas y ríen sin miramientos, alborotados, al recordar sus ya muy antiguas muertes bolivianas.

viernes, 7 de julio de 2023

Forzados a galeras.


 Durante la dinastía Tang, si uno quería acceder a la función pública, tenía que dominar las artes poéticas. Kavafis fue funcionario del Ministerio de Obras Públicas egipcio y Goethe era funcionario en la Corte de Weimar. Parece que, para soportar más dignamente toda una vida laboral al servicio del estado, contar sílabas podría servir de muleta o de bote salvavidas, desahogo, evasión y victoria frente a un desabrido Día de la Marmota sin Bill Murray. Poesía como escapismo. Houdinis de planillas retorcidas y agendas abisales huyendo hacia una superficie de versos encadenados. La verdadera vida parece que siempre riela en otros mares. Lo habitual es estar pero no estar, la sonrisa sardónica, empatía cero, darle a la tecla, compulsar el documento, cuñar la instancia, mandar la mente bien lejos a coger amapolas. Puede que Platón, precisamente por eso, al ver a más de un poeta ensimismado, a sus cosas, con cara de lelo o lunático, dejando pasar las horas, decidiese expulsarlos a todos, para siempre, de su República ideal.

Sería el trabajo público algo kafkiano, alienante, degradación de lo humano, el desierto de los tártaros en versión de oficinista, hombrecillos grises como potenciales Buzzatis, los tiempos modernos de Chaplin entre legajos, repitiéndose, burocracia absurda, ineficiente, salas de espera infinitas, fatiga, limbo para derrotados, podredumbre del alma. Desde fuera, desde el otro lado de la ventanilla, cuántas veces no hemos visto sus caras de palo rancio, sus ganas de poner traba y distancia, miradas de desprecio, mohín de asco, hostilidad, y todo ello envuelto en esencia de flores de pitiminí y fulares italianos. En las paredes siempre está presente el póster de algún exclusivo destino vacacional. Aires de aristocracia moderna. Autoengaños.


Yo huelo su desesperación, el miedo, el agrio fracaso de toda una vida malgastada a tripa llena, eso sí, pero de pesadas y lentas digestiones. El cerebro al ralentí y el corazón de zombi, fibrilando como una gusanera. La cadena es larga y cómoda pero están atados a una mesa. Las ilusiones más íntimas ya no podrán cumplirse y lo saben. Son, somos, animales heridos, estabulados, el alto y el bajo funcionariado, de sueño escaso, mustio, interrumpido, poco reparador, pesadillas de respiración entrecortada, ansiedad y depresiones, piezas oxidadas de un engranaje monstruoso que solo puede parar si se colapsa. Cuántos se dejan fuera de la Consejería o del Ministerio de turno su humanidad y ya no la recogen al regresar a casa. Diremos, para hacer justicia, que al otro lado de la ventanilla el panorama no es muy distinto. Camareros, repartidores, albañiles, limpiadoras, barrenderos, ebanistas, informáticos… en la empresa privada, también, sin versos libres, la misma tristeza insoportable. 


¿Qué daño podría hacerle algo de poesía a un muerto en vida? ¿Cómo negarle un romance a un condenado? Vi a un forzado a galeras recitar un poema entre dientes y parecía que, no siempre, casi nunca quizás, tal vez un brevísimo instante, apenas un suspiro, no estaba allí, lograba desaparecer de aquel lugar terrible, sfumato, cuando el cómitre le despellejaba la espalda a latigazos y él iba dudando entre sonetos, silvas y tetrásforos monorrimos, entre trinos, acantilados y praderas, mientras le daba al remo, y solo estaba yo, de repente, con plaza en propiedad, mi rostro era el mismo que el del cómitre y el galeote, un semblante ya sin máscaras, de todos y de nadie, idéntico, irrepetible, lleno y vacío al mismo tiempo, espíritu, carnal, en la vida y en la muerte, de Dios y de todos los demonios, se rasga el lienzo negro desde lo alto, un claro en el cielo, algo que se quiebra y se nos viene encima, suenan trompetas, termina la jornada laboral, caen los muros del templo, rompimiento de gloria.


Imagen: Cómitre y galeotes.

sábado, 1 de julio de 2023

Temporada de baño.


 Caliente y nublado, denso, pegajoso día de bochorno. La poca lluvia no aclara esta melaza insoportable. Todavía falta mucho para las vacaciones y ya ardieron sin nosotros las hogueras de san Juan, el solsticio de verano ha esparcido por el aire amor y otras cosas deliciosas que solemos confundir, no sin grave riesgo, con el amor. Las calles, aromadas de sudor, perfume y concupiscencia. La nieve en Louveciennes es un consuelo frente a la prosaica realidad del termómetro, pintada por Alfred Sisley, refresca el ambiente y baja la temperatura hasta el escalofrío cuando nos demoramos con deleite en cada una de sus pinceladas. Siempre hay resquicios para el arte, esa mirada distinta que nos salva, por mucho sol que venga a castigarnos.

Hemos llenado la piscina y quedó inaugurada la temporada de baño. Viene a casa María para darle clases de natación a Marcos, mientras a la sombra de un olivo, con Claudia dormida en mis brazos, como un rey exiliado entre las ruinas de su inteligencia, pienso en las aguas cloradas de David Hockney y unos reveladores versos de Juan Antonio González Iglesias resuenan en mi mente: A pesar de lo que pudiera parecer, lo complicado no prevalecerá.


Cierto es, hay que valorar la importancia de lo sencillo, cuántas veces la resta multiplica. Qué poco nos hace falta para la felicidad y cuánto cuesta lograrlo. A menudo lleva toda una vida aprender a bajar la guardia. Una hora entregado a la belleza y ya no seré el mismo, lo que contemplo con cariño me restaura, me cura este instante que atesoro en las manos como un pedazo de pan. Un niño que aprende jugando, chapotea, y al fondo las montañas negras difuminadas por la luz de junio. La pequeña, dormida en mi regazo, desarmada, frágil, haciéndome sentir tan útil y necesario todavía. El tiempo remansado es un tiempo remendado. Árboles frutales, mirlos, celaje, Aretha Franklin. Dádivas, alivio, señales o manifestaciones de Dios. 


Habrá que andar con ojo, evitar excesos y errores, soltar lo superfluo aunque nos guste con locura, huir de toda sofisticación, tratar de ser mejor persona cada día, releer a Montaigne y a Marco Aurelio. El cobijo incondicional del olivo, la inocencia de mi hija, su mirada que no juzga, lecciones magistrales de filosofía en tiempos de sumisión constante ante lo absurdamente innecesario. De tanto soñar con hangares repletos de aviones comerciales ya no distinguimos entre nidos de gorriones y nidos de golondrinas. La infancia sepultada pugna por resurgir, quiere encaramarse, sube la mirada a un árbol y ahí podrá construir el corazón una casa indestructible que nadie pondrá en duda aunque no se vea.


Imagen: Portrait of an artist (pool with two figures), David Hockney (1972).