Caliente y nublado, denso, pegajoso día de bochorno. La poca lluvia no aclara esta melaza insoportable. Todavía falta mucho para las vacaciones y ya ardieron sin nosotros las hogueras de san Juan, el solsticio de verano ha esparcido por el aire amor y otras cosas deliciosas que solemos confundir, no sin grave riesgo, con el amor. Las calles, aromadas de sudor, perfume y concupiscencia. La nieve en Louveciennes es un consuelo frente a la prosaica realidad del termómetro, pintada por Alfred Sisley, refresca el ambiente y baja la temperatura hasta el escalofrío cuando nos demoramos con deleite en cada una de sus pinceladas. Siempre hay resquicios para el arte, esa mirada distinta que nos salva, por mucho sol que venga a castigarnos.
Hemos llenado la piscina y quedó inaugurada la temporada de baño. Viene a casa María para darle clases de natación a Marcos, mientras a la sombra de un olivo, con Claudia dormida en mis brazos, como un rey exiliado entre las ruinas de su inteligencia, pienso en las aguas cloradas de David Hockney y unos reveladores versos de Juan Antonio González Iglesias resuenan en mi mente: A pesar de lo que pudiera parecer, lo complicado no prevalecerá.
Cierto es, hay que valorar la importancia de lo sencillo, cuántas veces la resta multiplica. Qué poco nos hace falta para la felicidad y cuánto cuesta lograrlo. A menudo lleva toda una vida aprender a bajar la guardia. Una hora entregado a la belleza y ya no seré el mismo, lo que contemplo con cariño me restaura, me cura este instante que atesoro en las manos como un pedazo de pan. Un niño que aprende jugando, chapotea, y al fondo las montañas negras difuminadas por la luz de junio. La pequeña, dormida en mi regazo, desarmada, frágil, haciéndome sentir tan útil y necesario todavía. El tiempo remansado es un tiempo remendado. Árboles frutales, mirlos, celaje, Aretha Franklin. Dádivas, alivio, señales o manifestaciones de Dios.
Habrá que andar con ojo, evitar excesos y errores, soltar lo superfluo aunque nos guste con locura, huir de toda sofisticación, tratar de ser mejor persona cada día, releer a Montaigne y a Marco Aurelio. El cobijo incondicional del olivo, la inocencia de mi hija, su mirada que no juzga, lecciones magistrales de filosofía en tiempos de sumisión constante ante lo absurdamente innecesario. De tanto soñar con hangares repletos de aviones comerciales ya no distinguimos entre nidos de gorriones y nidos de golondrinas. La infancia sepultada pugna por resurgir, quiere encaramarse, sube la mirada a un árbol y ahí podrá construir el corazón una casa indestructible que nadie pondrá en duda aunque no se vea.
Imagen: Portrait of an artist (pool with two figures), David Hockney (1972).
Cuanto amor desprendes
ResponderEliminarMuchas gracias. Feliz domingo.
ResponderEliminar«A menudo lleva toda una vida aprender a bajar la guardia»... en esas estamos... maravilla de reconciliación con la palabra y el tiempo que la acuna... gracias
ResponderEliminarMuchas gracias por la lectura y por esas palabras tan generosas, Pablo. Un abrazo grande.
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