miércoles, 5 de abril de 2023

Tristeza y alegría.


 No se ha sobrecogido esta mañana el corazón con la belleza. Parece grave. Una tristeza honda, íntima y universal, a la deriva, me impide disfrutar de los trinos y la luz, del té negro, del recuerdo grato y la melodía, de la brisa todavía refrescante de abril. Las copas de los árboles se me caen de las manos y se trizan de indiferencia contra el suelo. El ánimo va a su aire, buscando un lugar seguro, por las fosas Marianas. Me impregno en literatura pero de nada vale, no ardo. El resignado ejercicio del verso no te salva, que dejó escrito Borges en balde. Permanezco impasible, témpano de mí, solo, desértico, rumiando cristales al calor de nadie. 

Tomo a Claudia en mis brazos, mi niña pequeña, trato de calmar su llanto, salgo a la terraza que da a las montañas negras para acunarla y no se va la tristeza, esa lapa tozuda, tarquín del alma, hoy no, también hay que saber vivir en la derrota, como Lope de Vega amar el daño, y no se marcha esta melancolía, pero en el centro difuso de lo más mío, al mirar a mi hija, donde las árboles pelados, la desnudez y el encofrado, en el sótano oscuro, en la espesura, en ese lugar brumoso de lo innombrable, there is a crack, a crack in everything, that’s how the light gets in (Leonard Cohen dixit), no se va la tristeza, decía, pero, rácana, le hace un hueco más que suficiente a la alegría.


Imagen: Edvard Munch, Melancolía (1891).

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