jueves, 27 de abril de 2023

Me mira fijamente.


 Hemos ido a una notaría para dejar firmado el testamento. A través del gran ventanal de uno de sus despachos, las acacias con sus racimos de flores blancas nos acompañan y dan fe. Es inevitable hablar de fantasmas, de ausencias y muertos recientes. Hace unos meses asistíamos a la boda in articulo mortis del padre de Elena, que entonces todavía estaba embarazada de Claudia, mal trago de veras, el notario se desplazó hasta el domicilio dada la gravedad de la situación. Se brindó con champán, qué absurdo todo, flotábamos en una nube agridulce, irreales, nadie se podía creer lo que estaba pasando, se nos saltaban las lágrimas, felicitamos a los recién casados, no faltó el vivan los novios, que se besen, y a los dos días mi suegro murió viendo cumplida su última voluntad. De profundis. Real como la vida misma. En el crematorio sonaron Frank Sinatra y Pavarotti, una mañana luminosa de octubre. 


Como no podría ser de otra manera, salimos de la notaría y vamos a comer a un restaurante en el que nos sentimos como en casa. Huerto Martínez: alcachofas, fuagrás y arroz a banda. Todo bien regado con un buen vino blanco, xarel.lo del Penedés. De postre torrijas y de repente todos los fantasmas congregándose de nuevo alrededor de la mesa. Esto le habría gustado a tu padre, si tu madre viviese, si yo me muero antes, si tú te mueres antes, y otros temas colindantes y afines. Los dos disimulamos como podemos la emoción. La mejor forma de resistir la punzada del dolor irremediable, el mejor sistema para sostener sobre nuestras espaldas el absurdo, la aparente injusticia de la vida, es sentarse a una buena mesa y celebrar los días plenos en los que tuvimos y gozamos lo ya perdido, entregarse al disfrute, dejar a un lado lo incomprensible, asumir que hay cosas que son, muy a nuestro pesar, irreparables, irrecuperables. Y aún así brindar por todo. No olvidar que morir es estar en todas partes en secreto, como escribió Jaime Sabines. Qué poco dulce sería lo dulce sin lo amargo. ¿Qué clase de monstruo sería el hombre sin la muerte? Como Miguel Hernández, no perdono a la muerte enamorada, por eso, hasta en su maldita presencia, hoy que se muestra inoportuna en el banquete, con más motivo, porque sí, celebremos la vida. Ponme café y copa, y a los fantasmas lo que pidan, déjanos hablar así, un poco más, en silencio, en estos raros minutos sin minutos, no me ofrezcas la caja de los habanos que hace tres meses que no fumo. Se lo prometí a mi suegro y me está mirando fijamente.


Imagen: Vincent van Gogh, Ramas de acacia en flor (1890).

lunes, 24 de abril de 2023

La culpa es de Tom Waits.


Tom Waits
viene de copiloto, otra vez atravesando el cerro, en el cielo los azules de Claude Monet, y retumba en el coche su voz de cabaret aguardentoso, ese rugido espeluznante de maestro de ceremonias en un circo crepuscular, con tono grave y destruido de carnaval de espectros en Nueva Orleans, Mardi Gras Mambo, Louis Armstrong fue el rey de la krewe of Zulu en 1949. Tom canta y nos quita la tontería, lo kitsch, nos invita a dislocar la memoria, a forzarla hasta llevarla a un esguince de tinieblas, completándola a nuestro antojo, o según necesidades básicas, entre naranjales, fantasmagorías, falseando, borrando y traspasando límites, junto a los viñedos, agridulce mundinovi sánchezostiziano ese del recuerdo apasionado y honesto sin autocomplacencias, cruzamos sórdidos polígonos industriales.

Nos duele más el agujero negro que el trampantojo, el espejo que la caricatura burlesca, que es otra forma de hacer memoria, realidad y de paso literatura. No nos soportamos. Acacias junto al barranco, ficciones a medias, feria de monstruos, varietés estrambóticas, poblados de puñal y alcoholazos bajo la luna llena, galpones de timbas ilegales, cartas marcadas, perros rabiosos y apostar hasta lo que no se tiene sabiendo que no vendrá el diablo a comprarnos la poca alma que nos quede en la siguiente encrucijada, sección de sucesos, pasan tractoristas borrachos, se veía venir, en los arcenes las matas de romero salvaje nos chulean bien radiantes al sol, descaradas, viejas del visillo con títulos universitarios, aquí siempre huele a quema de brujas y a paella hecha a leña, demasiado andamio para tan poco sueldo, cansancio, rumores, recuerdos de recuerdos, olvidos, azufre, mentiras, humo en la niebla. Nada. Esperpento. Suspense. Tragedia griega de extrarradio. And I love you pretty baby but I always take the long way home. Inconsistencias, vaguedades, al fin y al cabo, que ayudan a seguir en pie. Historias que son exorcismo y celebración. Salvavidas. Y eso es lo único que a estas alturas de la función importa. 


Ahora que Tom Waits se baja del coche y nos ha dejado graves, heridos de vida, acelero, pongo la sexta marcha, subo el volumen, sé que llego tarde a algo crucial pero ya no sé a qué. Y qué más da. Sigo con esa sed antigua de aquellos que cruzaron el desierto. ¿Alguna vez te has preguntado cuántos mundos se esconden en lo oscuro de este mundo?, que escribió, certero, Antonio Praena. Y hay un fulgor santo que perdura en la noche de los que siguen buscando exhaustos aunque ya se sepan sin regreso, sin salida, perdidos para siempre. Sin redención.


Imagen: Tom Waits.

sábado, 22 de abril de 2023

Frutales.


 Elena duerme la siesta. Marcos da hachazos por el jardín y juega a embarrarse. Mientras Tania cuida de Claudia voy llenando cubos del agua verde de la piscina y riego la línea de árboles frutales entre tragos de ron Zacapa. Paso revista amorosa a una compañía de sensuales vedettes frondosas. El limonero es el rey de la corona, tiene casi más limones que hojas, un espectáculo del que no me canso, solo por él bien vale la pena vivir aquí. Siempre me enseña algo de filosofía, no hay día que lo observe y no obtenga un beneficio profundo y metafísico. Los nísperos cambian de color por momentos, este año, por la falta de agua, son más pequeños, hay que estar atento para disfrutarlos en sazón. Un día que no miras y ya no te los puedes comer de tan picados. Mientras pensamos en tomar lo importante ya ha pasado la vida y solo queda aire polvoriento en nuestras manos y un regusto amargo, como de sueños de juventud frustrados, en la boca tensa del alma que ya se va para no volver. Aún hay algún pomelo en su rama, naranjas y mandarinas no hemos tenido este año. El melocotonero ya hizo y deshizo la flor, ahora está todo verde, solo cabe esperar el milagro de su fruta jugosa y dulce, veraniega y sexual. Si el melocotonero tuviera una voz sería la de Tom Jones o la de Barry White. La higuera está llena de pequeños higos todavía inmaduros, es una promesa de sombra fresca y dulce para la piel y el paladar. Veremos si este verano la promesa es cumplida. Sobre el leñero, la buganvilla habla de la importancia de añadir belleza, sin altisonancias ni artificios, a lo que va, por destino, a arder en el fuego. Tania ha plantado lavanda en los maceteros, viene de una guerra y sonríe. A pesar de todo, en este mundo, a poco que mires todavía hay esperanza alrededor. La tierra está rota de tan seca y de repente llueve.

martes, 18 de abril de 2023

Otra mañana vulgar.


 Esta mañana, sospechosa de lluvias inminentes, de grisallas densas esparcidas por el cielo, me detengo en la flor de los cinamomos que hay junto al colegio de Marcos. Racimos de estrellas blancas con toques violáceos, hoy ya tengo un poco de belleza que echarme a la boca para ir tirando. Vuelvo a casa y el Emerson String Quartet interpreta a JS Bach. El arte de la fuga, al final del camino, tras muchos intentos nos sale perfecto. No hay que desesperar.

Claudia duerme en el carrito dejándonos migajas de un tiempo tranquilo para nuestras cosas, geometrías de Rafael  Canogar, los gatos reclaman la atención de Elena que está liada en el ordenador con unos papeles para la declaración de la renta. La luz atraviesa con dificultad las cortinas, tiene una densidad triste como de nata sucia, sombras de pájaros fugaces al otro lado. En la carretera, las hurracas hacían un festín de la liebre muerta, una apología de la vida en toda su crudeza, como un documental de leones contra gacelas, sin pomadas.


Preparo paccheri con setas y roquefort al ritmo de Roy Orbison, what in this world

keeps us from falling apart? Mientras pienso en descorchar un Marqués de Murrieta el sol ya está aquí, nos pide que vayamos limpiando las piscinas para la gran fiesta del verano. Ahora recuerdo que unos pámpanos tímidos verdeaban por fin los viñedos y en el borde de los caminos había pequeñas amapolas enjoyando y dándole su justo valor a este día aparentemente tan vulgar, tan irrepetible.


Imagen: Rafael Canogar, Código (2003).

sábado, 15 de abril de 2023

Boceto al final de la tarde.


 Caspar David Friedrich mete sus grises en esta tarde que ya declina. También, cómo no, Joaquín Sorolla viene con sus azules mediterráneos. Al fondo, sobre las montañas negras, una mínima franja amarilla que aportan los pinceles de Gustav Klimt. Ya van llegando los mosquitos con su lucha fiera frente a siglos y siglos de estudio y ejercicio de nuestra paz interior. Aguijones frente a ataraxia, tenemos la batalla perdida. Intento retomar Austerlitz de WG Sebald que se me quedó atascado, descolgándose entre otras lecturas. Hoy es el Día Mundial del Arte y en la redes se nota. La Piedad de Miguel Ángel, El descendimiento de Van der Weyden, La Victoria de Samotracia… delicias absolutas que ayudan a bienvivir. De banda sonora, la algarabía de todos los pájaros que ahora viven en el algarrobo que hay frente a la terraza, su acalorada reunión de vecinos. Pasa un tren de cercanías, su traqueteo fatigado anuncia la súbita llegada de la noche y de repente el silencio. En la cocina, un jarrón de flores mustias habla sobre el amor y la muerte.


Imagen: Joaquín Sorolla, El balandrito (1909).

lunes, 10 de abril de 2023

Paseo de la Alameda.


 Vuelvo con mis hijos al Paseo de la Alameda. Higueras australianas, naranjos, palmeras, encinas, jacarandas en flor. De los álamos que mandó plantar en 1645 Rodrigo Ponce de León, virrey de Valencia, solo queda el nombre del paseo. Evocaciones. Reside aquí un animal mítico que se busca los cuartos traseros con apetito voraz, Uróboro que se muestra más claro en este domingo radiante de Resurrección. Aquí me trajo mi padre y a mi padre, seguramente, su padre. Día de la marmota genealógica, así, tal vez, hasta la noche de los tiempos. Más que el eterno retorno nietzscheano, la eterna fuga, el éxodo perpetuo de los míos, no sentirse en casa en ningún lugar ni regresar a ninguna parte. How many times must a man look up before he can see the sky, canta Bob Dylan desde el Puente de las Flores mientras unos turistas franceses se fotografían entre geranios.


La pescadilla que más se muerde la cola es la de la memoria, a dentelladas. Está la necesidad de traer a nuestros muertos a este lado, constantemente, al margen más débil del amor. Necesitamos sentirlos cerca de alguna manera, visiones, presentimientos, alucinaciones, una caricia fría en el espinazo y sin embargo nos reconforta, sobre todo cuando sentimos que algo importante se desmorona a nuestro alrededor. Sísifo y carga pesada al mismo tiempo, recordar a los ausentes y sonreír por ellos y por los que acaban de llegar.


Entramos en el Museo Histórico Militar, he venido al menos una vez con cada uno de mis hijos. Los niños se asombran y pasan un buen rato entre sables, pistolas, rifles, metralletas, tanques y medallas. Ignoran, felices, que tras cada objeto se esconde una tragedia. No sería capaz de distinguir entre un kalashnikov y un fusil winchester pero yo también disfruto la estancia y curioseo entre las huellas sombrías que ha ido dejando el ser humano a su paso por la historia. Cuánta maña nos dimos siempre para la ingeniería de la dominación y de la muerte.


En esta misma alameda vi en 1990 a Jerry Lee Lewis, actuaba de telonero de The Beach Boys, a mis 13 años tuve que volver a casa antes de que tocasen los californianos. La actuación del pianista fue más que suficiente, seguro que regresé al barrio flotando por la avenida del Puerto. Música y adolescencia, cóctel que roza lo alucinógeno, estramonio acústico y efervescencia hormonal, canciones tribales, salvavidas hímnicos, fuegos artificiales recorriendo arterias, a nuestro paso se derretían los relojes, great balls of fire, podríamos haber caminado sobre las aguas de tan eléctricos. 


Me detengo bajo un pino monumental y pienso si no serán sus ramas, como dendritas, parte de una gran neurona universal que me piensa. El estómago lleno de comida japonesa y las dos cervezas Sapporo me han llevado a una especie de sofisticación del pensamiento un tanto extraña. Hagamos borrón y cuenta nueva o cambiemos de tercio. Vamos de nuevo a lo más difícil: lo sencillo. Todo se confunde en este ejercicio de la memoria, divago, me voy por las raíces, todas mis casas las empecé por el tejado. La sorpresa, el estupor, that keep me searching for a heart of gold and I'm getting old, los pecios de la vida, Neil Young me lleva a Praga, 2003, allí compré una antología de Jaroslav Seifer antes de dirigirme a Karlovy Vary, ciudad bohemia de aguas termales, lugar de reposo de Carlos IV, Mozart, Karl Marx. De calles empedradas, decadentes, aristocráticas, muy Belle Époque, Orient Express. Probé las aguas medicinales pero no olvidé llevarme en la mochila una botella de Becherovka para brindar con todos mis fantasmas camino de Viena, junto a Joseph Roth, no sé si buscando a la emperatriz Sissi o a Egon Schiele, la palaciega hermosura lánguida y mortecina o esa celebración de lo grotesco que nos consume, enfermiza fealdad, vigorosa belleza, en su descarnado frenesí.


Regresamos a casa, al presente más prosaico. Conduce Elena y los niños duermen agotados. En la radio Shakira le echa la culpa a la monotonía. Por la carretera de Madrid, mientras hablamos de la Alameda y los atascos de la Semana Santa, todavía noto en mi boca un sutil regusto herbáceo, amargo, alcohólico, especiado y dulce, como de confundir y paladear juntos el pasado y el presente. Será el último trago que le di, antes de subir al coche, a aquella botella de Becherovka.


Imagen: Paseo de la Alameda de Valencia.

viernes, 7 de abril de 2023

Delirio pascual.

 


Jueves Santo, los centros comerciales abarrotados. Los que viven apurados, al día, también quieren adorar al dios Mammón, guardián de la riqueza y la abundancia. Y nosotros, allá que fuimos de cabeza como abnegados feligreses. Dos cajas de tornillos inoxidables para la valla de pino que Sergei nos está haciendo en la entrada de casa, un metro y un paquete de cemento cola para reparar el suelo que se ha levantado en el dormitorio. Comemos en el Foster’s Hollywood, no cabe ni un alfiler. Costilla de ternera y un par de Mahou Maestra, mejor la cerveza que la carne. A Elena le llama la atención que la mayoría de la clientela sean madres con hijos o grupos de señoras mayores. ¿Dónde están hoy obturando sus arterias los obreros? ¿Dónde se revientan los hígados para olvidar los polígonos industriales? Cada uno adereza la vida desabrida con lo que puede o con lo que más tiene a mano. Como me dijo hace poco un ebanista de la familia, hay que meterse algo, alcoholizarse como mínimo, para no pensar mucho en los días que se esfuman en el taller ni en quién somos, partículas de serrín suspendidas en el aire, entre rayos de luz y sombras perpetuas. Trabajo duro y sin ilusión. Es más fácil inmolarse cuando se sabe que no hay salida, que la vida ya será para siempre una jornada laboral tan larga como desagradable.


Por la tarde, en casa, me reúno con Chaim Soutine y su mujer de rojo: elegante, sonriente, el rostro con una deformidad que debe venir del alma, todo muy alegórico y actual. Lo descubrí en el blog de Claudio Ferrufino-Coqueugniot, a quien llegué a través de Miguel Sánchez-Ostiz, uno de mis escritores predilectos. El autor navarro tiene varias obras magníficas de temática boliviana, entre ellas Diablada y Chuquiago: deriva de La Paz. Ambas muy recomendables. De Ferrufino hay que leer El exilio voluntario y pasearse de vez en cuando por su blog. Por desgracia poco más se puede encontrar, a este lado de las Montañas Rocosas, de la ingente obra de este escritor boliviano afincado en Denver.


Es curioso cómo vamos haciendo conexiones insospechadas a través de nuestras lecturas, cómo nuestro mundo se ensancha tanto sin casi salir de casa. El carácter, la forma de mirar el mundo, se moldean con el arte que elegimos y mucho más aún con el arte que nos elige. Quijotescos llegamos a confundir realidad con ficción, que viendo cómo están los telediarios y las rotativas, más nos vale. Creamos un mundo a nuestra medida y en nuestra mano está la elección de la banda sonora: Bach o Lady Gaga, depende del momento y la compañía. 


Se marcha Soutine y paso después a Modigliani con quien se relacionó, entreguerras, en la mítica Escuela de París. El retrato de Maude Abrantes me cautiva, inquietante mujer demacrada, insomne (podríamos intuir tras ella una noche que ya clarea), que insinúa sin embargo un amago de sonrisa, un atisbo de ternura. Desapareció sin dejar rastro y su aura enigmática es perpetua. Modigliani murió joven y pobre, a consecuencia de una tuberculosis como Masaoka Shiki, el famoso haijin de Matsuyama. Otra conexión súbita, inesperada, me lleva a otra vida, otros años ya deshilachados, pasto de polillas y arcones oscuros.


Me atrapa de nuevo un aguacero pretérito, subiendo al castillo de la capital de Ehime, en Shikoku, surge la incómoda sensación de empezar a sentirme enfermo, empapado, el frío calando hasta roerme el tuétano, y encontrar en mi camino, por ensalmo quizás, un pequeño bar especializado en fideos udon que tomo en sopa bien caliente, acompañados con un sake seco, karakuchi. Salvíficos. Salir resucitado y subir al castillo, no era época de cerezos en flor, al contemplar el mar interior de Seto desde la altura, eso creo recordar, cada isla era un pétalo perfecto que no podría ocultar la desmemoria y su niebla espesa. En los pueblos pesqueros de la costa de Okayama se secaban los pulpos al sol. Tal vez fue en Washuzan, no en Matsuyama, desde donde vi el milagro de las islas como pétalos en un mar en calma que se esfumaba, como el gran puente de Seto, entre la bruma y el velo de gasa blanca, misteriosa, que ponía el sol de Japón, la luz, siempre la luz, sobre todas las cosas.


Cómo viene ahora todo enmarañado, aquel archipiélago fulgurante igual que los pétalos de la flor del cerezo, los eucaliptos de Cochabamba, san Juan de Luz y la costa del país Vasco, la Málaga de Víctor Colden, biznagas, la Umbría de Miguel Sánchez-Ostiz, el valle del Baztán, los paisajes esenciales, como de haiku o acuarela, que tan bien describe Jorge Muzam en su blog, Cuadernos de la Ira, sobre su querido san Fabián de Alico. En fin, lo soñado y lo vivido, lo leído, red de redes, cortocircuitos, derivaciones, esa maraña inextricable de belleza y dolor que nos hace ser quienes somos, nos afloja el nudo, aligera la carga, nos alimenta el corazón y por eso nos aleja del camino espinoso del odio y la violencia. Desconectar del mundo para mejor estar en el mundo. Reinventarlo. Dejen el zapping para los muertos. La humanidad se redescubre en cada frase, en cada verso, en cada párrafo, y se practica, como el amor, qué difícil, bien lo sé, en cada gesto.


Imagen: Amadeo Modigliani, Portrait of Maude Abrantes (1907).

miércoles, 5 de abril de 2023

Tristeza y alegría.


 No se ha sobrecogido esta mañana el corazón con la belleza. Parece grave. Una tristeza honda, íntima y universal, a la deriva, me impide disfrutar de los trinos y la luz, del té negro, del recuerdo grato y la melodía, de la brisa todavía refrescante de abril. Las copas de los árboles se me caen de las manos y se trizan de indiferencia contra el suelo. El ánimo va a su aire, buscando un lugar seguro, por las fosas Marianas. Me impregno en literatura pero de nada vale, no ardo. El resignado ejercicio del verso no te salva, que dejó escrito Borges en balde. Permanezco impasible, témpano de mí, solo, desértico, rumiando cristales al calor de nadie. 

Tomo a Claudia en mis brazos, mi niña pequeña, trato de calmar su llanto, salgo a la terraza que da a las montañas negras para acunarla y no se va la tristeza, esa lapa tozuda, tarquín del alma, hoy no, también hay que saber vivir en la derrota, como Lope de Vega amar el daño, y no se marcha esta melancolía, pero en el centro difuso de lo más mío, al mirar a mi hija, donde las árboles pelados, la desnudez y el encofrado, en el sótano oscuro, en la espesura, en ese lugar brumoso de lo innombrable, there is a crack, a crack in everything, that’s how the light gets in (Leonard Cohen dixit), no se va la tristeza, decía, pero, rácana, le hace un hueco más que suficiente a la alegría.


Imagen: Edvard Munch, Melancolía (1891).

sábado, 1 de abril de 2023

Abrileña.


 Abril, apertura, brotes verdes, la primavera de Vivaldi, alegría en flor, entusiasmo de vivir extramuros, violines como abejas zumbonas alrededor, sensualidad eterna de Rodin en mármol blanco, beso inquebrantable. El aire es pajarería en alboroto, aroma de mil pétalos, notas de jazmín y peonía, hay quien quema sarmientos y hay quien quema cable de cobre, los feriantes encienden de nuevo sus altavoces polvorientos, música zíngara, persistencia de arcaicos ritos cereales, la tribu se agita, los sexos laten, espuma de cerveza y shashlik para Afrodita. Botticelli pasea circunspecto por los Uffizi, derrotado, espectral y huidizo no quiere llamar la atención entre los turistas miopes, esa masa informe de autómatas acelerados. Tiempo de limpiar las piscinas, Campari, aceitunas de Kalamata, vino blanco. Sombra siempre fresca la del algarrobo. Cupido apunta su flecha sobre las tres Gracias, belleza, júbilo y abundancia, territorio exclusivo de la juventud. Aceptemos nuestra invisibilidad, el paso ya irrevocable hacia la inexistencia. Franco Battiato que me susurra al oído: mi innamorai seguendo i ritmi del cuore e mi svegliai in primavera. Qué extraño deleite, brindis agridulce, ya somos espectadores lejanos de la vida.

Imagen: Sandro Botticelli, Alegoría de la primavera (1477-1482).