viernes, 8 de noviembre de 2024

Noli timere.

 


Volver a la normalidad o a algo que sea lo más parecido posible. Cada uno encuentra su ruta de retorno. No es mala opción lo epicúreo, regresar por la senda de la ribera del Duero escuchando algún viejo vals criollo de Francisco Canaro o un poco de klezmer festivo para darle combustible al corazón, descorchar algún vino tinto que merezca la pena, Aalto, San Román, Pintia si es posible para acompañar con dignidad unas carrilleras de ternera con patatas o un solomillo de cerdo sobre un dulce lecho de cebollas asadas. Volver a disfrutar del instante como si no hubiera un mañana. Reunirse de nuevo, ahuyentar a la bicha con el talismán lenitivo del verbo, con esa rara filacteria indestructible de la palabra, hablar del horror sufrido con amigos y allegados, con la gente a la que le importas y celebra los reencuentros a base de cariño sincero y abrazos, palparnos las carnes incrédulos todavía y dar gracias de nuevo por seguir aquí. Estudiar un lienzo con detenimiento y estremecerse, paseos lentos por jardines mediterráneos, aprenderse los nombres de los árboles y los pájaros, retomar las lecturas suspendidas y comenzar con alguna de las que siguen pendientes, salir poco a poco del estado de shock, creer en el amor inmarcesible y omnipotente, en las curvas vertiginosas que nos llevan al cielo por la vía rápida, ver cómo disminuye el lodo y vuelven a ser transitables algunas carreteras dañadas, sentir los gestos solidarios, volver a la droga de la escritura y a ese sabor agridulce tan suyo, adictivo, irremplazable, con sus salidas de emergencias, sus refugios, sus escondrijos y sus mundos tan auténticos por plenamente imaginarios. ¡Ah de la vida sin los grandes ventanales!

Cada uno remonta el vuelo como puede, dicen que la mancha de una mora con otra verde se quita, algo de eso sabía Camarón de la Isla al cantar que quita una pena otra pena y un dolor otro dolor, por supuesto que hay que dejar pasar el tiempo, Heráclito de Éfeso añadía un argumento de autoridad cuando afirmaba que solo el cambio es permanente, que por sí mismo ya es un consuelo de peso para los derrotados. Solo es libre de verdad quien sabe vivir y morir sin miedo. Noli timere, que le sugirió el poeta Seamus Heaney a su mujer, como sabio consejo final, poco antes de fallecer. A mí siempre me fascinaron los velatorios irlandeses en los que nunca falta comida, ni mucho menos bebida o risas contagiosas mientras se recuerda y acompaña al difunto que escucha atento en su ataúd, de cuerpo presente, la canción tradicional escocesa típica en este tipo de eventos: The parting glass. Admirable esa forma de afrontar la pérdida desde la alegría melancólica, el júbilo atemperado que agradece el tiempo juntos y la celebración sincera por tantas cosas compartidas. Y vuelvo a decir que para nosotros es fácil salir de este atolladero, un susto gordo en la primera noche de la DANA y un coche perdido, poco más. El trauma y los miedos se irán esfumando, todos los miembros de mi familia estamos vivos, hay quien no ha tenido tanta suerte y sigue de barro hasta la cintura llorando a sus muertos, achicando agua, imposible para ellos por el momento pasar página o divagar sobre los acontecimientos.


La sensación general, a medida que van pasando los días, es la de que nuestros gobernantes no han estado a la altura, nos han abandonado otra vez. Sus vidas de lujo palaciego les impiden arremangarse la camisa, atarse los machos y bajar a la arena a dar el callo o el do de pecho, en especial cuando la arena huele a sangre y peligro. Entre políticos, mezclarse con la plebe debe de dar mal fario. Cerca de Kurashiki, en un pueblecito del Japón más rural, por la prefectura de Okayama, conocí a un anciano que años atrás había sufrido el acoso constante de un hermano alcohólico que le culpaba de todas sus desgracias. Cuchillo en mano llegó incluso a entrar en su casa por una ventana,  de noche, para amenazarle de muerte a él y a toda su familia. En el momento más inesperado regresaba a matarlos de miedo en vida. Y así fue por mucho tiempo, una y otra vez, creo recordar que hasta su muerte por cirrosis. Cuando alguien le preguntaba por esta historia, por el hermano desquiciado que durante años fue una pesadilla, decía impertérrito, mientras mezclaba con agua caliente su aguardiente de arroz al tiempo que se tomaba un protector hepático, que de los muertos no se podía hablar mal pues ya formaban parte de la divinidad. Y esa es la íntima esperanza que los diputados guardan para el final, viven como deidades para que, al morir, a nadie se le ocurra mentarles la madre o el árbol genealógico al detalle, de tan divos nimbados, por si la excomunión o el destierro.


Aprovechemos, pues, el momento y hablemos pestes merecidas de los políticos que nos han tocado en suerte perra o en desgracia, sindicato del crimen, banda de malhechores, señalémoslos como lo que son, quitadles las máscaras, ahora que están bien vivos, coleando, noli timere, ahora que se ciernen sobre el débil, sobre quien cayó en desgracia mayúscula para, mientras le toman el pulso, disimulando, robarle el reloj y la cartera con fineza y donosura impostadas. Y con la ley de su parte. Como siempre. Digamos el asco que nos producen, el asco indecible que escribiera el poeta navarro, para que nuestros hijos nunca quieran ser como ellos, vergüenza, neopríncipes posdemocráticos, todos, máquinas de fango y de miseria, antes de que mueran plácidamente en la cama como dioses eméritos con inmunidad parlamentaria, como dictadores abotargados de tanta vidorra prémium, a full equip, hasta los topes, como sátrapas intocables en loor de caviar, champán y mariscadas, que fango son y en fango se convertirán, vergüenza, vergüenza, mejor ahora, que después puede que venga ordenada desde instancias superiores su deificación entre encomios, banderines, fuegos artificiales y alabanzas o en el mejor de los casos llegará la desmemoria, el olvido, un polvo despreciable y el silencio. Unos instantes de paz después del gran incendio, Nerón toca su lira, Jacques Callot y Goya pintando la escena como locos. Algún día una hiena sarnosa saldrá de entre las ruinas imperiales con el carnet de un partido político cualquiera entre las fauces, será como la lepra que nadie querrá tocarlo, y todos huiremos del lugar del crimen, campo a través, sin mirar atrás, presas del espanto.

miércoles, 6 de noviembre de 2024

Lodo.


 La DANA nos ha pasado por encima y aún así podemos contarlo, hemos tenido suerte. El día que empieza todo, martes, Elena y yo nos dividimos tras salir del trabajo en Valencia, ella va con su coche a recoger a Marcos a Cheste y yo con Claudia directo a casa, en el campo, entre Cheste y el Circuito Ricardo Tormo. Le digo a la madre de Iván que no podré ir a recogerlo a Paiporta, anuncian temporal y que mejor lo recoja ella del colegio. Un trayecto de 20-25 minutos por la A3 lo hago en dos horas mientras veo cómo la lluvia cada vez es más violenta y voy comunicándome con Elena que ha encontrado los accesos a casa desbordados por el agua y tiene que volver hacia Valencia, dar la vuelta y tomar la salida por Loriguilla que es por donde voy yo en ese momento, una carretera atascada, llena de camiones y furgonetas de reparto, paralela al polígono industrial.

Llego a casa pero no puedo abrir la puerta automática corredera, se ha ido la luz, espero un rato en el coche con Claudia mientras veo cómo baja cada vez más agua por la loma y todo se va poniendo más complicado. El coche de Elena no avanza en el atasco, finalmente, no sé cómo, decidí saltar la valla con la niña en brazos, mientras la paso sobre los pinchos solo pienso en que no puedo fallar ningún movimiento. En casa por fin, a salvo pero empapados y seguimos sin luz. Oscurece. Elena se queda atrapada, busca refugio en una gasolinera del polígono industrial de La Reva, sube el nivel del agua que llega en un instante casi a las ventanillas y se quedan atrapados en el coche, no puede abrir las puertas y tiene que pedir socorro, los sacan unos chicos latinoamericanos y se refugian con más gente en el Charter que hay junto a la gasolinera, después les abren un edificio de oficinas y allí se quedan mojados y con un fuerte olor a gasolina hasta que sobre las 4 de la madrugada los evacuan a un colegio de Ribarroja.


Pasamos una noche horrible, incomunicados, separados, sin cobertura ni batería en el móvil. El día siguiente, lo primero que hago al clarear es salir con la niña, desbloquear desde dentro el motor de la puerta y comprobar que mi coche permanece fuera. No lo esperaba pero ahí está. Lo dejo en el jardín con el motor en marcha para que se me cargue el móvil. En cuanto puedo volver a comunicarme con Elena, me cuenta de lo vivido, pura pesadilla, de que están vivos por los pelos o de milagro y que vio a algunas personas arrastradas por la corriente o agarradas a los árboles que, posiblemente, casi con total seguridad, correrían la peor de las suertes. Por la tarde puedo ir a por ellos al colegio de Ribarroja y lo que voy viendo por el camino es de escenario de alguna primera línea del frente en la Segunda Guerra Mundial. Coches apilados, volcados, reventados, barro, cañas, basura, sillas, plásticos, bidones, árboles derribados, zaborra por todas partes. No sé ni cómo consigo llegar hasta Elena y Marcos ni cómo logramos regresar. Por fin juntos en casa, sin luz ni agua pero tenemos velones y linternas, reservas suficientes de agua y comida. Todos los accesos a la urbanización, la carretera que viene desde el Circuito Ricardo Tormo, la que lleva a Cheste paralela a la rambla del Poyo, destruidas, con tramos inexistentes, la que va a Loriguilla con camiones cruzados y coches abandonados.


Un par de días después nos comentan de una pequeña carretera rural que va entre viñedos y naranjos, con muros y bancales derruidos sobre el asfalto, por la que se puede llegar a Vilamarxant. Y allí que vamos a tratar de comprar algo en el Consum pero, como suele pasar en estas situaciones, no quedaba nada de carne ni pescado ni fruta ni verduras ni mucho menos agua. Aún así compramos alguna cosa y sentimos que ha valido la pena salir del encierro, dar una vuelta para airearnos y desconectar un poco de todas las noticias relacionadas con la DANA, de la incompetencia y la ineficacia de los políticos, de la desgracia de tantos, de tanta muerte evitable, de la casa inundada de Paiporta en la que viven mis padres, de la pena de muchos que han perdido hasta lo más básico. En Benaguasil tenemos más suerte, algo tan nimio como el ir a un supermercado y encontrar productos frescos y agua en sus pasillos nos rescata un poco de este mazazo que nos ha cambiado la vida a todos, algo tan cotidiano nos dice que ya hemos empezado a tratar de superar el miedo y de salir adelante. Mirar por el retrovisor y ver a los niños en el asiento de atrás riendo y jugando como si nada hubiera sucedido nos hace pensar que hemos tenido suerte, que somos afortunados y podría haber sido infinitamente peor. Como con la pandemia y las guerras vecinas que casi nos rozan, de alguna manera podremos hablar sobre ello, contárselo en un futuro a los hijos de nuestros hijos. O eso espero. Y no tengo conocidos entre los que han muerto ni entre los que han tratado de sacar provecho infame de la catástrofe. ¿Qué más se puede pedir? Regresamos a casa antes de que anochezca, los caminos son inescrutables y están llenos de lodo.